Centenario de Fernando Alonso: La mano del maestro

Centenario de Fernando Alonso: La mano del maestro

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Nunca perdió el vínculo con los jóvenes. En la imagen, acompaña a la bailarina Grettel Morejón. Foto: Gabriel Dávalos
Nunca perdió el vínculo con los jóvenes. En la imagen, acompaña a la bailarina Grettel Morejón. Foto: Gabriel Dávalos

Fernando Alonso, con más de 90 años, todavía acudía a la Escuela Nacional de Ballet. Paso a paso, con la energía del más puro entusiasmo, de un singular sentido de la responsabilidad. A veces veía las clases, interviniendo puntualmente. A veces tomaba ensayos de los pas de deux clásicos.

¿Eran conscientes los estudiantes del gran privilegio que tenían? Probablemente. De cualquier manera, todos lo trataban con gran cortesía y respeto. “En esta escuela me siento vivo —me comentó un día, momentos antes de entrar al salón donde lo esperaba una pareja de jóvenes bailarines—. Bueno, es que estoy vivo. Y si me siento bien y tengo la cabeza clara, vengo a compartir lo poco que he aprendido a lo largo de estos años”.

No era poco, obviamente. Aquel hombre venerable era uno de los pilares de la danza en el país, principal artífice de la metodología de la enseñanza del ballet en Cuba, fundador —junto con Alicia y Alberto Alonso— de nuestra principal compañía, líder de otra importante agrupación: el Ballet de Camagüey…

Había recibido los homenajes que la nación dedica a sus artistas, tenía un gran prestigio internacional… pero Fernando siempre lo asumió todo con una sencillez ejemplar. “Más importante que los premios es el trabajo del día a día. ¿Quieres saber cuándo soy más feliz? Cuando veo a un bailarín haciendo las cosas bien. Quizás el que esté al lado no lo note, pero yo siento un orgullo tremendo. Más que cuando bailaba yo, hace un millón de años”.

Aquel día, en la inmensa escuela de la calle Prado, Fernando les ensayaba a dos prometedores estudiantes el pas de deux del tercer acto de La bella durmiente. “Estos dos tienen madera —me susurró—. Me di cuenta desde que los vi tomando la clase con el grupo. Si trabajan fuerte, podrán ser primeros bailarines”.

No se equivocó: los entonces estudiantes eran Grettel Morejón y Dani Hernández, hoy primeras figuras del Ballet Nacional de Cuba. Los conocedores del ballet saben que La bella durmiente es la quintaesencia misma del clasicismo. Las líneas se extienden con majestuosa serenidad; el dibujo es brillante; la actitud altiva. Del bailarín se exige control y elegancia. No es una obra para deslumbrar por el mero virtuosismo técnico, la admiración hay que conseguirla con limpieza y dominio estilístico.

Eso les pedía Fernando aquella mañana a sus dos pupilos. Con amabilidad, pero con firmeza. “¿Ustedes saben quiénes son ahora? Son príncipes. Es importante que no pierdan eso de vista. Tienen que bailar con una distinción casi glacial. Como si nada más importara. Los demás están aquí solo para mirarlos bailar. Claro que ustedes no son así, supongo que sean muchachos sencillos, pero para asumir un personaje hay que interiorizarlo todo”.

Fernando Alonso (La Habana, 27 de diciembre de 1914 - 27 de julio del 2013) fue el más importante maestro del ballet cubano. Foto: Archivo
Fernando Alonso (La Habana, 27 de diciembre de 1914 – 27 de julio del 2013) fue el más importante maestro del ballet cubano. Foto: Archivo

En el adagio, le decía a Dani: “Ahora la que tiene que brillar es ella. Tú la mirarás con orgullo, mostrándole al mundo lo bien que se conduce. Para que ella luzca perfecta, tú y yo sabemos que tienes que trabajar mucho, pero el público no tiene que enterarse. Tú la llevarás como si no te costara. Sonreirás, pero con sutileza. La sonrisa más radiante tiene que ser la de ella. No trates de opacarla nunca, ese es un pecado en el que caen ahora algunos bailarines. Ya tendrás oportunidad de demostrar tu talento”. Sentado en una silla, llevando el ritmo con el pie, Fernando Alonso estaba al tanto de todo. Las correcciones eran precisas, argumentadas desde el arte, la física o la anatomía. “Cada movimiento, el más mínimo, tiene que tener un sentido; aunque no sea un sentido explícito. En el ballet clásico, en la danza, nada es caprichoso ni fruto del azar”. Insistía mucho en la fluidez de los encadenamientos: “No hay nada peor en una secuencia que ver al bailarín preparando el paso que viene. Cuando la gente baila algo popular en una fiesta, ¿detienen la dinámica del baile para hacer un giro o un desplazamiento? Tampoco hay que hacerlo en el ballet”.

Unos días después, en el Gran Teatro de La Habana, Grettel y Dani bailaron un pas de deux inspirado, pletórico de matices. Alguien en el público se entusiasmó: “¡Se nota la mano de Fernando!”

En su palco, el maestro sonreía, satisfecho.

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