Por Ernesto Montero Acuña
Verdad o fantasía, historia o leyenda, la del villano Papá Montero integra por derecho propio la mítica cultural cubana, incluida la literaria, por su sobresaliente protagonismo en la composición de Eliseo Grenet y en el poema de Nicolás Guillén, obras dedicadas a quien se dice que fue inquieto sagüero y canalla rumbero.
Guillén publicó en el periódico El Camagüeyano el 21 de mayo de 1924, un día después del aniversario veintidós de la independencia cubana de España, su Pisto Manchego (1) en contra de que «se cante con voz carrasposa y entonación problemática, la insulsa rumba de “Papá Montero” o alguna otra cosa por el estilo».
Mas, siete años después de su reacción crítica contra la política al uso, el que era joven periodista cuando la concibió, dio a conocer el Velorio de Papá Montero, poema aparecido en su libro Sóngoro cosongo (1931). Pero tanto estimó el poeta al habanero Grenet, que al morir este escribió: “Con él se nos ha ido un pedazo del folklore musical de Cuba”.
Sobre A llorar a Papá Montero, Manuel Villabella (2) precisa en el prólogo a la primera edición de Pisto Manchego (tres tomos, editorial Letras Cubanas, 2013) que la obra musical «debió escucharse reiteradamente» en aquel año «en que fue compuesta por Eliseo Grenet, maestro concertador de la compañía de Arquímedes Pous», para el sainete Pobre Papá Montero.
Entretanto, Guillén aseguraba en su charla Presencia en el Lyceum (3) que la temperatura elegíaca de su libro Sóngoro cosongo hay que buscarla en el Velorio de Papá Montero […] “tipo del pueblo, hijo de la fiesta, del ron y de la música, cuyo trono es firme en el cielo de nuestro folklore”.
Así lo caracteriza en su poema: “Bebedor de trago largo,/ garguero de hoja de lata,/ en mar de ron barco suelto,/ jinete de la cumbancha:/ ¿qué vas a hacer con la noche,/ si ya no podrás tomártela,/ ni qué vena te dará/ la sangre que te hace falta,/ si se te fue por el caño/ negro de la puñalada?”.
Aquel personaje popular, cuya trascendencia incluye el óleo de Mario Carreño titulado Los Funerales de Papá Montero, alcanza la mayor parte de su gran trascendencia y difusión en la rumba de Grenet y en el poema de Guillén, que entrelazan leyenda e historia, al extremo de que el tema ha sido llevado al cine por los directores Octavio Cortázar en La última rumba de Papá Montero (1992), con el Conjunto Folclórico Nacional; y por Enrique Pineda Barnet en La bella del Alhambra (1989).
El reconocido representante del teatro bufo Arquímedes Pous, dramaturgo y actor, centró en el personaje su tetralogía (1923-1934) titulada Pobre Papá Montero, Los funerales de Papá Montero, La resurrección de Papá Montero y El proceso de Papá Montero, en tanto que destacados músicos y trovadores lo han recreado.
Sobre el personaje se cuenta que sus correrías le ocasionaron numerosos disgustos con su esposa, pues entre música, tragos y fugaces amoríos transcurrió su vida, hasta el desafortunado día que, en carnaval, una puñalada le atravesó el corazón, según el relato legendario.
En el velorio, los tambores, las tumbadoras y las gangarrias de todo Sagua la Grande acompañaban a los improvisadores. Entre aquellos se encontraba la esposa del difunto, quien, muy callada hasta el final, se acercó al féretro e interpretó entonces el estribillo inmortal: «A velar a Papá Montero, ízumba!, canalla rumbero «; e inmediatamente la secundaron a coro los presentes: «A velar a Papá Montero».
Tal es el estribillo de Eliseo Grenet, con la variación de “A llorar…”, que continúa trascendiendo en la música como el poema de Guillén en la literatura, a partir de un estereotipo étnico acendrado en la historia cultural cubana.
(1) Nicolás Guillén: Patrioterías, Pisto Manchego, tomo I, ed. Letras Cubanas, La Habana, 2013, p. 248.
(2) Manuel Villabella: Pisto Manchego, tomo I, Prólogo, ed. Letras Cubanas, 2013, p. 49.
(3) Nicolás Guillén: Presencia en el Lyceum, conferencia, 20 de febrero de 1932; compilada en Cuba, en el ala de nuestro tiempo, 1995, p. 25.