¡Libres o mártires, esa era la máxima!

¡Libres o mártires, esa era la máxima!

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Desde hacía días ya había decidido el líder del Movimiento y jefe de la expedición, la fecha de partida. De diferentes y lejanos lugares del territorio mexicano, donde se encontraban los campamentos y centros de entrenamiento, debían salir los grupos de reclutas con suficiente antelación.

 

 

El Distrito Federal, Veracruz, Tamaulipas eran centros de silenciosa movilización. Salvo algunos responsables encargados de conducir las armas y los hombres, nadie conocía el destino de aquel viaje. Había que trasladarse con extrema discreción.

La vigilancia policial y el acecho de los exportados agentes de la tiranía era un peligro permanente; la rapidez y la cautela constituían elementos esenciales para no perder lo que tanto esfuerzo y sacrificio costó reunir.

Por el medio había una promesa. Y Cuba estaba urgida de que alguien le cumpliese su palabra. ¡Libres o mártires!

En la costa del golfo mexicano, en la ciudad del Tuxpan, dividida en dos por el río de quien recibe nombre, la noche se tornaba oscura y lluviosa, muchos tuvieron que cruzar el ancho río, utilizando botes que, calmudos remeros, alquilaban y conducían con desesperante lentitud.

Unos tras otros llegaron los grupos por diferentes y oscuras calles al punto convenido, todos estaban convencidos de la significación de aquel encuentro. Nadie preguntaba ni hablaba, solo uno y otro abrazo silencioso en la manigua junto al río como saludo.

El silencio de la medianoche era violado por el mortificante y persistente ladrido de los perros alarmados de la vecindad. A unos les tocó cargar las armas hacia la pequeña nave: el yate Granma.

Cuando terminaron de cargar las armas, el parque, los demás equipos y el escaso alimento, los convocados comenzaron a entrar casi en forma de competencia ante el temor de que los últimos deberían quedarse.

Era la madrugada del 25 de noviembre de 1956, había que partir con el de mínimo ruido y de fuerza, las luces apagadas, un solo motor andando a bajas revoluciones, agachados unos sobre otros. A los pocos minutos de la travesía se escucharon las notas de la Marcha del 26 de Julio y el Himno Nacional, canto de guerra que declaraba la decisión irrevocable:

“Al combate, corred bayameses,
que la patria os contempla orgullosa;
no temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria, es vivir”.

Fidel Castro Ruz con 81 hombres, partía hacia Cuba en el yate Granma, para reiniciar la lucha armada contra la tiranía de Fulgencio Batista. Desde el exilio en México, a donde había llegado el siete de julio de 1955, el joven revolucionario había anunciado públicamente que regresaría a su país para derrocar al dictador.

“En el 56 seremos libres o seremos mártires”, había afirmado. Muchos, acostumbrados a pugnas entre politiqueros que se disputaban el poder para lucrarlo a espaldas del pueblo, no creyeron en esa palabra empeñada. Pero esta vez sería distinto. Y tras una intensa labor de unidad de fuerzas, de preparación militar y adquisición de armas, se logró preparar la expedición.

 

 

Así, desde Tuxpan, México, salió el yate que navegó hacia la historia cubana. “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”, lo había anunciado Fidel, basando su optimismo en la confianza de que el pueblo se sumaría a la lucha.

Después de algunos inconvenientes como averías, desvío de rumbo, vientos y olas fuertes, malestar en la mayoría del grupo de valientes, no acostumbrados a tal travesía, llegaron a las costas orientales de Cuba el dos de diciembre de 1956.

A dos kilómetros de la playa Las Coloradas: Desde allí se tiraron al agua, en medio de la abundante vegetación, fatigados y hambrientos, perdiendo momentáneamente a ocho compañeros que aparecieron dos días después en un sitio muy distante.

Antes había fallado el plan táctico de hacer coincidir el alzamiento en Santiago de Cuba, que se realizó el 30 de noviembre, con el desembarco, para distraer las fuerzas enemigas. El dictador Fulgencio Batista tenía información de la salida del yate y sus propósitos, por lo que mandó a sus militares a circular la descripción del barco, con instrucciones de captura.

Su llegada a la Isla marcó el inicio de las luchas guerrilleras, que culminaron con el triunfo de la Revolución Cubana, el Primero de Enero de 1959.

Actualmente, el yate Granma se exhibe en el Memorial que lleva su nombre, adjunto al Museo de la Revolución, en La Habana.

Según los historiadores consta en la copia de la escritura de compra y venta que dicha embarcación fue construida en 1943. Hecha de madera, de motor de aceite y una sola cubierta, sin mástil, proa inclinada y popa recta. Medía 13,25 metros de eslora (largo); 4,76 metros de manga (ancho) y tenía un puntal de 2,40 metros; tonelaje bruto de 54,88 y dos motores con una potencia de 225 c/c.

La empresa estadounidense Schuylkill Products Company Inc, se lo vendió al mexicano Antonio del Conde, apodado El Cuate, por 50 000 pesos mexicanos, el 10 de octubre de 1956, no sin antes exigir que quedara explícito que no tenía ninguna responsabilidad con el posterior uso de la embarcación. La nave estaba matriculada en el Puerto de Tuxpan con el objetivo de realizar navegación de altura y emplearse como tráfico de recreo o viajes para pasar fines de semanas en el mar.

Cuando el joven Fidel Castro la inspeccionó, quedó decidido que en él harían su viaje los revolucionarios, al estar todo estuvo listo los 82 expedicionarios embarcaron hacia Cuba, entre ellos Fidel, Raúl, Camilo, Juan Almeida y otros combatientes.

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