Fue Candelaria Acosta Fontaigne una muchacha con una vida tan común como la de cualquier mestiza que viviera en la zona de Manzanillo, durante el siglo XIX.
Su historia comenzó a ser parte de la nación, cuando de su ardua voluntad y manos surgió la enseña que ondeó en la mañana del 10 de octubre de 1868, momento en el que Carlos Manuel de Céspedes llamó hermanos a sus esclavos y a sus compañeros de ideales, y los convidó a lanzarse a la lucha por la independencia desde La Demajagua, altar sagrado de la patria.
La Cambula era la hija mayor del jefe de campo o mayoral de ese ingenio azucarero, donde pasó gran parte de su niñez y juventud. Ante la encomienda de materializar la bandera libertaria no dudó en ser parte de un proyecto superior, el más justo y adelantado para su tiempo.
Acerca de lo que ocurrió por esos días nos explica Ana Regla Mola Rodríguez, especialista del Museo Casa Natal del Padre de la Patria, ubicado en Bayamo: “Céspedes la había mandado a Manzanillo a comprar las telas para confeccionar la insignia, pero esa zona estaba en poder de las autoridades españolas, alertadas de un posible estallido insurreccional.
“Frente a esa situación él da muestras de preocupación y ella le dice que buscaría el recurso. Tomó entonces partes de sus vestidos para los colores blanco y azul, en tanto, el rojo lo obtuvo de un recorte del mosquitero de su padre. Antes habían valorado la alternativa de utilizar un tul rosado que cubría el retrato de María del Carmen, la esposa fallecida del hacendado.
“El diseño, por parte de Céspedes, se realiza similar al de la bandera chilena, en gesto de agradecimiento a esa nación. La razón, cuestionada por algunos, se debe a un agente confidencial del Gobierno de ese país que trabajaba para el de los Estados Unidos, Benjamín Vicuña, quien autorizó a todos los barcos cubanos que trasladaban armas para la causa a que izaran la bandera de Chile, con el fin de no ser descubiertos”.
En el momento en que la Cambula confecciona aquel símbolo, estaba embarazada de su patrón, con quien había iniciado un romance luego de que este quedara viudo. De aquella unión extramatrimonial nacieron sus hijos Carmita y Manuel, la primera ya en la manigua, en plena contienda, y el segundo, durante el exilio de su madre, perseguida en Cuba por su relación con el Padre de la Patria.
“Lo cierto es que esa muchacha de apenas 17 años amaba mucho a Céspedes, al punto de secundarlo en todos sus ideales y acciones aún bajo las peores circunstancias”, asevera Mola Rodríguez.
“Por otro lado, la historia recoge que, aunque existieron otras enseñas, la original fue enviada a los Estados Unidos por Carlos Manuel a su segunda esposa, Ana de Quesada, quien la guardó hasta su regreso a Cuba, para entregarla a la sede de la Cámara de Representantes. Sin embargo, surge la duda de su autenticidad, pues en España, en el Museo de Artillería de Madrid, se conservaba una como trofeo de guerra por ser, supuestamente, la enarbolada el 10 de octubre de 1868.
“Es entonces cuando Cambula desempeña su segundo papel determinante en la historia. Fue llamada al Congreso, instaurada la República, para que reconociera si era aquella la verdadera, a lo que ella asintió al instante, sin duda alguna”.
Lo cierto es que las palabras de la amante fiel del patricio bayamés fueron contundentes y llenas de conmoción: “¡Esta es la bandera! La misma que confeccionaron mis manos el 9 de octubre de 1868. No es otra. La reconozco en la franja azul que recorté de un vestido mío. No es la emoción la que me obliga a decirlo, sino la propia bandera que tengo delante de mí”.
A partir de ese momento los congresistas acordaron colocar el retrato de esta mujer, ya madura, en la Biblioteca de la Cámara de Representantes. Por su parte, la gloriosa bandera del Padre de la Patria se conserva en el Museo de los Capitanes Generales, en La Habana, luego de haber sido hecha, amada y redimida por manos de mujer, la Cambula de Céspedes.