El noveno mes del año abre sus puertas en toda nuestra geografía con una fiesta singular. La fiesta del saber pone tonos multicolores al paisaje con los niños y adolescentes, quienes lucirán orgullosos sus uniformes escolares rojos, mostaza o azules. Andan ya impacientes y los conocimientos están por venir. Acudirán a las aulas armados de sonrisas, pero también de libros, libretas y lápices.
Y esta fiesta educacional representa una felicidad que va más allá de la posesión de bienes materiales. Ya lo escribió Martí, maestro de conciencia, maestro mayor: “El pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos”.
Por eso, la educación universal y gratuita de que disponen todos los cubanos, en todos los niveles de enseñanza, es uno de los mayores tesoros de la Revolución desde hace 64 años. No es perfecta, de ahí sus constantes ajustes y perfeccionamientos. No está llena de adjetivos, porque hace mucho aprendió que la fuerza reside en los verbos hacer, amar, sembrar…
¡Qué grande otra vez Martí! Lo dijo sintético y fiel. “La educación es como un árbol, se siembra una semilla y se abre en muchas ramas”. Los cultivadores de ese árbol frondoso que reclaman estos tiempos son los maestros, en cuyos hombros recae la tremenda misión de colocar a cada discípulo a la altura del pensamiento, para transformarlos en muchas ramas prometedoras de futuro.
Por ellos seis historias de vida de educadores y trabajadores del sector aparecen en esta edición; hombres y mujeres abnegados que dejaron huellas indelebles en quienes un día pasaron por sus aulas y, después de adultos, los recuerdan con cariño.