La Agrupación Nacional (RN), definida como de extrema derecha y lidereada por Marine Le Pen, se proclamó ganadora en las elecciones del Parlamento Europeo efectuadas en junio pasado. Sus candidatos consiguieron 30 escaños de los 81 que aporta Francia a esa institución.
El resultado llevó al presidente francés Emmanuel Macron, de 46 años, a disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas. Fue una jugada arriesgada que le ha otorgado la tregua que necesitaba para mantenerse en el poder y frenar los humos de Le Pen, con quien ha rivalizado en las dos últimas contiendas por la presidencia.
En el 2016 Macron fundó el movimiento político ¡En Marcha! (EM), cuyo acrónimo remite, sin que sea casual, a sus propias iniciales. Con ese proyecto llegó a presidente en el 2017. Los electores le votaron esperanzados por aquello de que uniría a la nación con un proyecto que era, a la vez, “de derechas y de izquierdas”. Vale recordar que esta agrupación cambió su nombre a La República en Marcha; y desde septiembre del 2022 se denomina Renacimiento (Renaissance).
La alta popularidad inicial de Macron se vio mellada por sucesos y circunstancias que revelaron el verdadero rostro de su proyecto político. No se puede olvidar que fue durante su mandato que reprimieron violentamente a los manifestantes conocidos como Chalecos Amarillos que, entre el 2018 y el 2019, estremecieron a toda Europa.
También le tocó gestionar la crisis generada por la pandemia de la COVID-19 y maniobrar denuncias de corrupción a políticos cercanos al Gobierno. No obstante, su lado más vulnerable fue expuesto por trabajadores y sindicatos que han plantado cara a reformas de corte neoliberal impulsadas por él, como la del código de pensiones.
Esas fuerzas acusan a Macron de convertirse en el “presidente de los ricos” y de haber fallado a la promesa de mantenerse “en contacto con los sectores más desfavorecidos de la sociedad francesa”.
Unidos, pero a quién
Tras conocer los resultados de la primera vuelta de los comicios legislativos, muchos franceses se preocuparon y respondieron positivamente al llamado de unidad frente a Le Pen, razón por la cual más de 200 candidatos salieron de las listas en aras de favorecer a quienes tuvieran mayores probabilidades de discutirle el puesto a los representantes de RN.
Finalmente, la agrupación de mejores resultados fue la recién fundada Nuevo Frente Popular (NFP), coalición de fuerzas de izquierda conducida por Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa.
El NFP dio la sorpresa y obtuvo 182 escaños de la Asamblea Nacional, cifra importante pero que aún está lejos de los 289 cupos necesarios para gobernar con mayoría absoluta. En segundo lugar quedó la alianza macronista Ensemble, con 168 diputados, y en tercero, RN, con 143.
Analistas opinan que el buen resultado de RN en la primera vuelta generó temores de que Francia pudiera terminar en manos de un gobierno de ultraderecha, el primero desde el régimen colaboracionista de Vichy (Estado Francés) durante la II Guerra Mundial. No obstante, el conteo definitivo ha mostrado “el deseo abrumador de impedir que esa fuerza gane poder, incluso a costa de un estancamiento político”.
“Nuestro pueblo rechazó claramente el peor de los escenarios” y “¡Se produjo una magnífica oleada de movilización cívica!”, declaró Mélenchon.
Otros estudiosos, en cambio, reconocen el paulatino e innegable fortalecimiento de RN en los últimos años. En el 2017, cuando Macron llegó al poder por primera vez, la derecha apenas obtuvo ocho escaños parlamentarios; en el 2022 aumentó a 89; y en la Asamblea recién electa ya sabemos que ocupan 143 plazas, lo que les convierte en el partido individual más grande allí representado.
El índice de participación en estas legislativas también ha generado asombro, pues habitualmente es inferior a las presidenciales. En esta ocasión la cifra superó el 70 %, es la más alta desde 1997, reflejo del interés que despertó la contienda. La elección de los eurodiputados, en cambio, solo concitó la presencia del 51, 49 % del padrón.
A partir de ahora Macron no lo tendrá fácil, sobre todo si tenemos en cuenta el criterio del académico Samy Benzina, profesor de Derecho Público en la Universidad de Poitiers, quien aseguró que “la cultura política francesa no es propicia a los acuerdos” para gobernar.