Ningún obstáculo lo detiene. El coronel Juan Carlos Martín Tirado es un hombre de noble espíritu revolucionario y dotado de gran perseverancia. Un nombre muy conocido en el panorama de la Medicina en el ámbito militar. Como jefe, al fin y al cabo, su voz se oye firme y sus ademanes son seguros. No es, sin embargo, de los que miran por encima del hombro.
Sus padres lo educaron con severidad y, de ellos, heredó su amor por el trabajo y la disciplina. En eso pensó quizá cuando le entregaron el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, reconocimiento que también animó al colectivo del Hospital Militar Mario Muñoz, el cual conduce desde hace 17 años.
En su pequeño y sencillo despacho sobresalen las fotos de Fidel, el Che y Raúl. Distingue, además, una imagen en la que es reconocido con la Estrella del Servicio de Sacrificio, orden especial instituida por el Gobierno de Pakistán, para estimular a las personas e instituciones destacadas en la atención a las víctimas del terremoto de 2005.
Martín Tirado integró la Brigada Médica Cubana como parte del Contingente Internacional de Médicos Henry Reeve, del cual es fundador. Era, una vez más, la mano solidaria de la Mayor de las Antillas.
–¿Cuánto le impactó aquella experiencia?
–Fue una gran enseñanza. Fuimos a trabajar a un país devastado por un terremoto que destruyó todas las instituciones médicas y asistenciales. Y allí, en aquel estado de emergencia, y en condiciones de campaña absoluta, nos entregamos sin vacilación.
«Además del tratamiento médico, hicimos muchas intervenciones quirúrgicas, y atendimos a infinidad de pacientes.
«Recuerdo una mujer con fractura de fémur, a quien trasladaron en helicóptero hasta nuestro hospital, 25 días después del siniestro. Había un estadounidense entre los rescatistas.
«La operamos y le pusimos un fijador externo. Al otro día la mujer salió con sus muletas y fue a sentarse en una piedra a las afueras del hospital de campaña. Cuando el especialista norteamericano volvió para interesarse por la suerte de la paciente, y la vio sonriente y tomando el sol, comentó: ‘‘Estos cubanos hacen maravillas’’.
«Fueron ocho meses de intenso trabajo. Nos era ajeno el idioma y el clima, en ocasiones muy frío, con nevada, y a veces con calor extremo. En aquellas condiciones tan adversas creamos 32 hospitales de campaña, y salvamos muchas vidas».
HERENCIA FAMILIAR
Doctor especialista en Primer y Segundo Grado en Traumatología y Ortopedia, su infancia transcurrió en la finca El Tomeguín, en el municipio de Perico. Hoy tiene 60 años edad y vive orgulloso de una familia que se compone de cuatro hijos y una nieta.
«A nuestros padres y abuelos debemos mis hermanos y yo nuestra formación. Mi hermano varón se llama Yens, y es uno de los mejores productores de granos del país. Nos inculcaron la importancia de superarnos, el amor al trabajo y ser personas de bien y honestas.
«Desde muy pequeño apoyé, en el campo, las más disímiles tareas, y eso ayudó también a forjar mi carácter».
Por lo visto, el Título de Héroe del Trabajo no es lo que se dice la realización de un sueño. Al indagar sobre el significado de esta condecoración, admite sentirse feliz, pero enfatiza con modestia en la idea del resultado colectivo. Eso es lo más importante, insiste.
Bajo su dirección, el Hospital Militar Mario Muñoz ha sabido enfrentar los más duros desafíos, incluida la batalla contra la covid-19. La historia del centro va unida, sin duda, a su nombre, por más de un detalle y, sobre todo, por su método de trabajo.
Al desandar los pocos peldaños de la escalera que conduce al interior del recinto hospitalario todo indica que has llegado a un lugar poco común. Todo es limpieza y orden.
–¿Cómo es una jornada suya cualquiera?
–Sigo al pie de la letra la costumbre de quienes me antecedieron en el cargo. Mi jornada laboral comienza con el pase de visita administrativo asistencial, a las 6:30 a.m. Veo a cada paciente, incluidos los que están en terapia intensiva.
«Converso con ellos y me intereso por su estado de salud. Agradecen que el director los visite todos los días. Reviso, además, los problemas administrativos y cualquier inconveniente que pueda afectar el servicio en general.
Para sacar provecho del tiempo, lo esencial es la planificación, aunque la dinámica en este trabajo es bien cambiante, y exige buscar «solución sobre la marcha a no pocos problemas, algunos de los cuales tienen que ver con el déficit de medicamentos y otras dificultades propias de estos momentos por los que atravesamos.
«Dedico tiempo, además, a las personas que requieren de mi atención como profesional, a pesar de que eso implique una sobrecarga. Mi puerta siempre está abierta para quienes deseen verme».
–¿Sus amigos y familiares no le preguntan cómo es posible dirigir un hospital por tanto tiempo?
–Sí, muy a menudo, empezando por mi familia y amigos más cercanos. Lo que pasa es que tengo una motivación muy fuerte, la de poder ayudar a los demás.
«En realidad me siento feliz haciendo lo que hago. Por otro lado, reconforta mucho el agradecimiento de los pacientes y familiares, y eso es más grande que cualquier otro desafío».
–La contingencia de la covid-19 no estaba en los cálculos de nadie. ¿Cree que la respuesta a esa enfermedad demostró la capacidad de trabajo y madurez del colectivo que dirige?
–Esa es más o menos la definición. Hay consenso en que ha sido la tarea más compleja para todos en el centro, experiencia inédita que requirió mucho esfuerzo y sacrificio. Dos años de una tensión inmensa, por el alto riesgo y por la responsabilidad. Me atrevo a decir que fue una proeza lo que aquí se logró.
A lo largo de ese tiempo fueron atendidos más de 7 000 pacientes positivos a la covid-19, de ellos 700 en terapia intensiva, con una alta sobrevivencia. Muchas noches sin dormir. En la historia del Mario Muñoz hay un antes y un después de esa enfermedad.
–¿Qué significa este lugar para el coronel Juan Carlos Martín Tirado, para el médico?
–Se trata de un hospital medio, de 180 camas, en el que todavía hay insuficiencias y cosas por mejorar, pero que todos quieran atenderse aquí es algo que reconforta.
«Para mí, y aunque parezca un lugar común, significa mi propia casa, donde he laborado ya durante 32 años, y donde estaré hasta que me consideren útil».