Para algunos televidentes nostálgicos la telenovela cubana Asuntos pendientes (lunes, miércoles y viernes, Cubavisión) es una especie de recreación de las obras que Maité Vera concibió hace décadas para el popular espacio Horizontes.
Puntos de comunión hay: las tramas tienen como escenario fundamental un centro de trabajo —en este caso una empresa de la construcción— y los conflictos asociados a la producción y las relaciones laborales tienen un indudable impacto en el relato; de hecho a veces son los móviles principales de la construcción dramática.
Para algunos asoma puntualmente el fantasma de un realismo socialista acomodado a nuevos contextos. Pero habría que establecer una distinción clara en el tono de la narración y en la naturaleza misma del armazón. No se trata de exaltar aquí la heroicidad sin mácula de los trabajadores —e ignorar que los trabajadores son, primero que todo, seres humanos—, ni de imponer la idea de que cierta conciencia de clase minimiza o incluso anula otros desafíos, aspiraciones, realizaciones, problemas de índole sentimental y más o menos íntima.
La empresa es aquí el microcosmos donde evolucionan varios núcleos con sus respectivas historias. Y el planteamiento, sin dejar de ser realista —más bien verosímil— no traiciona las esencias de un género que se sustenta, en buena medida, en las peripecias del amor y otros sentimientos y actitudes asociados a las relaciones humanas.
Una empresa de la construcción puede ser un escenario perfectamente legítimo para una telenovela. Tanto (y en ocasiones de manera muy interesante) que las opulentas mansiones de los ricos y las humildes moradas de los pobres en las que se han desarrollado cientos de folletines.
El universo temático de Asuntos pendientes, como ha sido casi siempre característica de la producción nacional, trasciende los meros altibajos del amor y la pasión.
Hay mucho más que “novelería” al uso (aunque un poco más de “novelería” —se entiende: suspenso, trampas, calumnias, veleidades, puntos de giro…— no hubieran venido mal).
Violencia entre parejas, empoderamiento femenino, abusos de poder, dificultades de la cotidianidad, retos en la educación de los niños, reinserción de los exreclusos… Asuntos acuciantes, de innegable impacto social, son tratados sin didactismo, y se asumen líneas dramáticas coherentes, propositivas.
Hemos sido testigos, sí, de ciertos regodeos en el planteamiento que han torpedeado en alguna medida el ritmo… y no todos los actores están a la altura de sus personajes (no es el caso, afortunadamente, de los protagonistas), pero el sistema que se supone que deba articular una telenovela funciona bien aquí. Hay enjundia, hay materia prima.
Pendientes quedan —una vez más— determinadas realizaciones de la puesta en pantalla, que aquí son apenas funcionales… y eso sigue siendo talón de Aquiles de la telenovela en Cuba.
Pocas veces la factura logra competir con los estándares de calidad que imponen producciones de otras procedencias. Y obviamente, la disponibilidad de recursos —o mejor dicho, la carencia— limita… pero a todas luces falta también algo de creatividad, voluntad de salir de la zona de confort.
No se aprovechan aquí las potencialidades de la estructura de una escena, fotográfica y coreográficamente hablando. Suele ser la misma sucesión de planos tradicionales con muy poca vocación de búsqueda. Y lo mismo sucede con la mayoría de los apartados: ambientación, diseño espacial, musicalización… la puesta le aporta muy poco a la historia.
A Asuntos pendientes todavía le queda trigo. Hay importantes tramas que no han cerrado. Todavía puede haber sorpresas… Esperemos que las haya.