A Wilfredo Mora Pérez le gusta precisar que sus ojos algo rasgados provienen de la abuela materna que llegó a Cuba proveniente de Filipinas y junto a la familia se asentó en Cienfuegos. “Ella era una ferviente cubana. Así, en el amor a la Patria que la acogió, se educaron sus hijos y nietos”, refiere.
Le gusta la historia, leer algún libro y también los periódicos. Su memoria se torna privilegiada cuando recuerda los tiempos en que se formó como trabajador ferroviario, en la década del 60 del pasado siglo.
“En la familia no había ninguna tradición, los de Cienfuegos fueron pescadores. Poco a poco, yo le fui cogiendo el ritmo, y me gustó. Tuve buenos maestros, formados en la disciplina que debe llevar ese sector”, afirma a sus 76 años.
Según cuenta, llegó a los Talleres Ferroviarios de Luyanó en 1966. “Ahí empecé a laborar con los vagones, que en aquella época eran todavía, en su mayoría, de procedencia norteamericana: “Cambiaba ruedas, las engrasaba, entre otras cosas… hasta que me superé y me formé como inspector de ferrocarriles. Ya en 1968 viajaba en los trenes por diferentes lugares de todo el país.
“En esas gestiones estuve hasta el año 1975 porque vinieron unos especialistas soviéticos y como yo había estudiado algo de ruso, me pusieron de traductor hasta inicios de 1980. En 1982 regresé a los talleres a trabajar en el departamento técnico”, acota.
Amor para siempre
En el ir y venir entre vagones, también nació el amor. La pasión la despertó Silvia Ruiz, su esposa. “Ella era técnica en explotación y programaba los mantenimientos de los coches Fiat, que procedían de Argentina.
“Nos enamoramos y hasta el día de hoy, aún estamos casados”, alega y rememora los días del llamado Período Especial, cuando venían en bicicleta, desde Marianao hasta Luyanó.
“Nunca faltamos al centro. De nosotros dependían muchas cosas en los talleres. Estábamos formados en una gran disciplina y responsabilidad”, subraya y evoca que en ese tiempo muchos trabajadores se fueron de los ferrocarriles, pues estaba muy deprimido.
“Pasados los años, Silvia se jubiló, y yo también lo hice cuando cumplí 65. Pero como a los cinco meses, ya me habían ido a buscar para que me incorporara de nuevo. Soy especialista en seguridad del movimiento de los vagones. Es decir, controlo la calidad de los trabajos que se ejecutan en esos equipos. Todo se hace por procedimientos, no se puede inventar nada”, expone.
Para él una de las preocupaciones fundamentales es la formación de especialistas. “Ahora ejerzo también como instructor de los muchachos que se forman en el tecnológico Mártires de Chile y que hacen sus prácticas en esta entidad. Algunos llegan y preguntan: ‘¿y qué búsqueda hay aquí?’. Les respondo que trabajo. Luego añado que lo primero es que la profesión les guste, la amen y tengan sentido de pertenencia”.
Cuenta Wilfredo que llegar a los talleres no es fácil. “Todos los días me levanto a las cuatro de la mañana y salgo a coger la ruta A-70; a las seis de la mañana ya estoy en la oficina. Tengo que hacerlo así, porque de lo contrario, no llego temprano”.
Innovador destacado, con un alto sentido de compromiso y entrega con su sector, dice que seguirá entre los suyos al menos mientras tenga energías. “Porque, además, la jubilación es poca, y al menos, esta es otra entrada para enfrentar los gastos”.
Lo cierto es que su experiencia cuenta en este centro en el cual encontró la razón de ser y el amor de su vida.
Acerca del autor
Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.