Brasil, y gran parte de Latinoamérica, inician el año 2023 con la esperanza de que Luiz Inácio Lula da Silva, investido de presidente, pueda sanar al gigante suramericano. El desafío es grande para el fundador del Partido de los Trabajadores (PT).
Con 77 años, y tras haber sufrido en carne propia el poder implacable de la derecha, Lula sigue creyendo en el amor y en la fuerza de esa media nación que lo respaldó en las urnas. Recibe un país distinto al que gobernó en dos mandatos (2003-2011) y condujo hasta ocupar el sexto lugar de la economía mundial.
Apenas una década después, Brasil ha caído al puesto decimosegundo en ese ranking, muestra índices crecientes de pobreza y desempleo, mientras la proyección del producto interno bruto (pib) es poco alentadora para una de las naciones de mayor peso en América Latina.
Tras 19 meses de injusta prisión, y una vez exonerado de los cargos, Lula anunció que optaría por la presidencia una vez más. Llegó dispuesto a reconstruir, a transformar al país. Sus promesas de campaña van de la mano de profundas reformas que buscan resolver, en primer lugar, el problema del hambre que, según la Red Penssan (profesionales de instituciones educativas y de investigación con sede en diferentes regiones de Brasil) podría afectar a los 125 millones de personas que hoy se encuentran en situación de inseguridad alimentaria.
Los mandatos del PT –Lula y Dilma Rousseff– impulsaron los programas Hambre Cero y Bolsa Familia, claves para sacar de la miseria a millones de brasileños. En el 2015 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (Fao) eliminó al país del Mapa del Hambre. Seis años más tarde volvió a incluirlo.
Un reciente reporte de la Fao registró que 61,3 millones de brasileños (la tercera parte de la población) no sabe cuándo podrá comer. De ese total, 15,4 millones pasa hambre y ha estado un día, o más, sin disponer de alimentos.
Tales cifras son, en gran medida, resultado de la decisión de Bolsonaro y la derecha carioca de eliminar todo lo que recordara al PT, incluidos los programas sociales. Poco después se vieron obligados a instaurar un subsidio mensual para pobres (600 reales, equivalentes a unos 115 dólares). Mantenerlo fue una promesa de campaña del mandatario saliente, aunque al parecer no pensaba cumplirla pues esa partida está ausente del presupuesto que ha dejado aprobado para el año 2023.
Ello explica por qué la primera acción de Lula, aún antes de asumir, fue pedir al Congreso una enmienda destinada a suplir tal déficit en el gasto social. La negociación avanzó en el legislativo durante el mes de diciembre y también fue respaldada por la Corte Suprema. Varios analistas consideran que su aprobación, tras no pocas negociaciones, fue una primera e importante victoria para Lula.
Desafíos emancipadores
Pero no habrá miel sobre hojuelas. Da Silva asume en un contexto de crisis económica mundial, agravada por el mal manejo que hizo el Gobierno brasileño de la pandemia. Hereda un país dividido, extremadamente polarizado y desestructurado en su política social, económica y de exteriores, al que se le ha desmantelado la participación de las organizaciones sociales en el Gobierno, declaró a Trabajadores Arlei Medeiros, secretario general de la Federación de Sindicatos Químicos de Sao Paulo (Fetquim).
El nuevo presidente tiene el desafío de conservar la unidad del frente amplio que le dio el triunfo en las urnas: “Le corresponde hallar una solución con perspectiva emancipadora que le permita gobernar y responder a las demandas del pueblo”, afirma Medeiros.
“Desde el punto de vista político y estratégico debemos reinsertarnos en los grandes centros urbanos, combatir el conservadurismo de derecha, llegar con presencia política a los servicios y programas sociales a través de una amplia organización popular que propicie generar ingresos y reproducir la vida a partir de la creación de empresas autónomas, sociales y creativas que se articulen en una amplia red de economía solidaria”, añadió el también miembro de la Central Intersindical de Brasil.
El perjuicio medioambiental es otra de las cuentas que Bolsonaro deja pendiente. Brasil atesora el 60 % de la Amazonía, hogar de millones de indígenas y una de las mayores reservas naturales del mundo. Poco hizo por protegerla. La plataforma del PT asegura, en cambio que su “compromiso estratégico es buscar la cero deforestación en la Amazonía y la cero emisión de gases de efecto invernadero en la matriz eléctrica”.
“Bolsonaro apostó por la agroindustria, mientras desarticulaba el sector industrial –agregó Medeiros, quien también se desempeña como coordinador de la Red de Alimentos Agroecológicos–, ahora es preciso producir alimentos de forma asociativa y cooperativa, que lleguen directamente a la mesa de los trabajadores, sin veneno y sin destruir a la naturaleza”.
Sindicatos respaldarán el cambio
La estrategia anunciada por Lula devuelve protagonismo a las organizaciones sindicales: “Seremos independientes y autónomos. Organizaremos el apoyo a Lula para sostener los cambios, pero no aceptaremos ocupar cargos en el Gobierno”, explicó Medeiros.
En su opinión, “los sindicatos no deben limitarse a sus intereses corporativos, tienen que pensar como clase y, especialmente, en aquellos que están fuera del mercado laboral formal. Es necesario generar trabajos e ingresos, fomentar una economía creativa y solidaria basada en la articulación de redes con incentivos y recursos públicos, así como garantizar la sanidad, la educación y la seguridad social y pública con programas de amplia participación popular”.
En los últimos años varias agrupaciones denunciaron la criminalización de la protesta social-sindical, así como las nefastas consecuencias resultantes de la erradicación del Ministerio de Trabajo y del desmontaje de los espacios de interacción del Estado con las centrales obreras, federaciones y sindicatos.
La reforma laboral impulsada en el 2019 reforzó medidas de corte neoliberal tomadas por el expresidente Michel Temer dos años antes. La promesa de flexibilizar el mercado laboral y disminuir el desempleo no se hizo realidad. En cambio, debilitó la recaudación fiscal destinada a la seguridad social y a programas como Seguro-desempleo.
El Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos aseguró que esa reforma benefició a empresarios, pero afectó a más de 12.5 millones de personas, redujo la actividad sindical, facilitó el despido y limitó el accionar de los sindicatos.
Lula ha defendido la necesidad de revocar la ley laboral y otros marcos jurídicos regresivos que propician el despojo del patrimonio de las empresas estatales. Se ha opuesto, por ejemplo, a la privatización de Electrobras y ha dicho que buscará eliminar la política de paridad de los precios internos con el mercado internacional que utiliza Petrobras, al que concede un rol estratégico en el cambio de la matriz energética con que sueña el nuevo Gobierno.
La banda presidencial que ha recibido Lula representa el renacer de la ilusión, pero solo los hechos podrán mantenerla viva.
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