Uno escucha Mis 22 años, ese clásico temprano de Pablo Milanés, y puede vislumbrar, en la extraña belleza de la melodía, la confluencia feliz de muchos caminos. No pocos identifican en esta canción un tránsito de la trova tradicional a lo que sería la nueva trova, anclado en el rico entramado sonoro del filin, que es un ámbito de fructíferos y no siempre conscientes maridajes.
Hay mucho en la obra inmensa de Pablo Milanés: asimilación coherente de la extraordinaria vocación lírica de la canción trovadoresca cubana, del bolero en su expresión más íntima; de los ritmos de resonancias africanas que encontraron concreción cubanísima en espacios de fuerte arraigo popular; y, por supuesto, de la herencia universal de la música, el legado de los más grandes compositores, comenzando quizás por el mismísimo Bach.
No en vano las creaciones de Pablo pueden hacer gala de un potencial sinfónico, aunque hayan sido concebidas para una guitarra y una voz.
El Movimiento de la Nueva Trova, que está cumpliendo medio siglo, tuvo en Silvio Rodríguez, Noel Nicola y Pablo Milanés sus pilares fundamentales, independientemente de los valiosos aportes de otros creadores.
En ese contexto brilló la inventiva y la sensibilidad de Pablo en cuanto a sus propuestas melódicas, la utilización de disímiles dinámicas rítmicas, la fina poesía de sus letras y su amplísimo espectro temático.
Desde los eternos altibajos del amor (móvil primordial de la trova antigua) hasta los desafíos y realizaciones de una nueva época, la Revolución, asumidos no como un burdo ejercicio propagandístico, sino desde el talante cuestionador del arte auténtico.
Pablo Milanés integra la banda sonora esencial de más de una generación de cubanos. Es referente indiscutible de esa mística revolucionaria en el arte que se consolidó en la segunda mitad del siglo XX y que impactó más allá de las fronteras de Cuba. No es casual que miles de latinoamericanos sintieran muchas canciones de Pablo como auténticos himnos para la resistencia y la lucha ante los horrores de las dictaduras militares.
Y la música de Pablo habita con igual donaire los más encumbrados espacios del arte y las más humildes tertulias de amigos. Tendió puentes a todas las manifestaciones, desde el cine hasta las artes visuales, constituyendo de hecho en su expresión poética una indiscutible creación literaria.
Y además de las realizaciones del compositor habría que destacar la excelencia del intérprete.
Nadie cantaba a Pablo como el mismísimo Pablo, aunque tantos grandes artistas hicieran versiones entrañables de sus temas. Pero la voz del cantautor era un torrente de matices. Acogedora en su calidez, de contundente consistencia… esa voz fue herramienta maravillosa para su estilo.
No pueden ignorarse sus colaboraciones con importantes cantantes e instrumentistas cubanos y extranjeros, que han quedado registradas en varios discos. Pablo Milanés hacía una de las más hermosas segundas voces de la música cubana, era capaz de adaptarse a todos los registros, con un dominio pleno de la técnica y las demandas interpretativas.
Ese trovador llamado Pablo Milanés tenía la capacidad de encarnar el espíritu de su pueblo, pues podía recrear aspiraciones, homenajes y sentimientos compartidos. Sus canciones expresan con pasmosa exactitud muchas de las cosas que a la mayoría de las personas nos resultan inefables.
Ese es un gran mérito: constituirse en voz de todos.
La muerte en Madrid de Pablo Milanés ha unido en la tristeza a sus amigos y admiradores, a su público de millones. También en la celebración de la vida a la que tanto le cantó Pablo. En sus canciones está la certeza de la esperanza. Es la imagen maravillosa de aquellos 22 años suyos, en una época que presagiaba conflictos y encuentros: Y en cuanto a la muerte amada/ Le diré, si un día la encuentro/ “Adiós, que de ti no tengo/ Interés en saber/ Nada/ Nada”.