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A Oscar Socarrás Martínez le pusieron el calificativo de “loco”. No lo internaron en un centro hospitalario, pero lo miraron de reojo y por un tiempo se convirtió en el protagonista de algunos chismes de barrios. Claro, esa reacción era normal, porque nadie mira con buenos ojos a alguien que luego de 13 años trabajando como chofer, deja atrás ese mundo y pide tierras con la intención de criar gallinas.
Tomó la decisión y no lo pensó mucho. Se adentró en las cercanías de la finca del padre, algo alejada de la carretera que conduce al municipio de Minas, en Camagüey, y comenzó a prepararlo todo. A las tierras les puso el nombre de El Rancho y también se afilió con los demás guajiros de la cooperativa de créditos y servicios Combate de Bonilla.
A pesar de lo que podían decir, Oscar se plantó y ahora, como afirma, “me va bien y a medida que trabaje seguirá mejorando más. Por ahora me dedico a la producción de pollos de ceba. Por siete días acopio huevos y los pongo en la incubadora y a partir de los 21, cada siete, van naciendo los pollitos y así chiquitos se los vendo a los cooperativistas. La demanda es grande, pero yo la cumplo y después me quedan algunos que dejo que crezcan para mantener la cría”.
Hace alrededor de un año que comenzó este proyecto, pero los primeros pasos los dio con casi nada. “La incubadora la diseñé yo mismo porque es una necesidad tenerla cuando uno inicia – asegura – . La hice con mis propias manos: pregunté, indagué, hasta que la terminé. Un amigo mío, especialista en Camagüey, también me dio detalles y vino a revisármela. Me dio trabajo, pero ya está y muchos vienen a ver cómo quedó.
“La primera era chiquita y cuando avancé tuve que inventar una más grande y con la ayuda de varias personas la tuve. Esta que tengo ahora tiene capacidad para 600 huevos. Mis sueños son grandes y por ahora me resuelve, pero creo que más adelante necesitaré otra”.
Ya Oscar es bien visto. La “locura” le ha dado beneficios y ha crecido porque ahora le sumó guanajos, puercos, chivos… y sigue mirando a ver que más hace falta. ¿Y cómo logra alimentarlos a todos?, le cuestiono. Y él tan tranquilo como el paraje donde trabaja, me asegura que para ello elaboró una receta especial que logró con la mezcla de harina de pescado y maíz. Claro, que eso no es suficiente y debe mezclarlo con el poco que le dan “de arriba”.
“El alimento – explica – es un invento que logro con los molinos que tengo aquí, aunque yo sueño con que me vendan el que lleva esto, que es mejor. Además, así saldrían mejores gallinas, imagínate que con lo que les doy, pueden salir mil libras de pollo mensuales, porque después de los 45 días salen corrales ya cebados con cuatro o cinco libras de peso, y si la comida fuera mejor…”.
Pero a Oscar nada lo detiene. Él sabe que es el gallo de ese gallinero y debe velar por él, por eso lo mantiene limpio, les busca los medicamentos a los animales e inventa para alimentarlos. Y mientras prepara un pedazo de la tierra para sembrar algo de hortalizas y aportar un poco más, sueña en grande, porque nadie saca de su cabeza la intención de venderle a los círculos infantiles, a los hogares de ancianos, e incluso, contribuir para bajar los precios de venta de los huevos a la población.
