“Allá en el campo, cuando nosotros éramos pequeños, mis hermanos y yo nos poníamos a oír los cuentos de los mayores, quienes solían murmurar en el portal de la casa hasta altas horas de la noche. Muchas veces eran los mismos cuentos, pero siempre empataban un pedacito más: la luz que salía en el camino de la torre del ingenio viejo, el perro negro que seguía a uno en el palmar de Corea, la botija que se encontró un hombre en Tuinucú, el cementerio que era grande como un potrero. Y a cada momento, las palabras rodaban tanto que venían a parar aquí en La Habana
“Empezaban porque las calles eran muy estrechas, que había carritos eléctricos que movían sobre un carril y eran conducidos por un cable que iba por el aire, que había letreros de “candela” guindando en todas partes… Que los edificios eran tan altos que chocaban con las nubes y en las calles no daba nunca el sol y que la gente era blanca, tan blanca como la leche y andaban con paraguas negros. Que el Capitolio era redondo y grande como una de las lomas de Zaza, sí, la más grande, pero lo más bonito era que yo me lo creía todo porque nunca había venido a la capital…”.
La infancia y los años mozos de Alfredo Ernesto González Valdivia, conocido como el Pintor de la Tierra, se describen con naturalidad y simpatía en el Cuento del guajiro, el cual forma parte del libro Nosotros crecimos entre las cañas.
Tal como le gusta afirmar, “crecí al lado de un arroyo, entre cañaverales. Cuando me preguntan mi dirección en el campo digo: el arroyo de Agapito, entre el río Zaza y el Tuinucú”, así este espirituano, que gusta de hablar con frecuencia de su tierra natal, llegó hace más de cinco décadas a la capital cubana, donde ha podido desarrollar su obra, no sólo artística, sino, literaria y musical.
Siempre recuerda que sus estudios fueron interrumpidos siendo niño. “Al concluir tercer grado me incorporé al trabajo para ayudar a mi familia; chapeé, guataqueé, sembré caña. Fueron tiempos complejos, en los cuales estudiar era un lujo”.
Sin embargo, su mundo espiritual floreció en medio de la campiña, y ya, desde los seis años, modelaba objetos con el fango que las carretas soltaban. Lo mismo salían gallinitas, perros o gatos que al poco rato desaparecían.
La vida lo llevaría por los senderos del arte y cuenta que fue decisivo el encuentro con el escritor y pintor Samuel Feijóo, quien apreció su talento y lo invitó a colaborar con la revista Signos, en la que publicó muchas plumillas. En 1995, el joven presentó la exposición La tierra del pintor, en el hotel Miguel Ángel, de Madrid y al año siguiente, la exhibió en la Casa de la Cultura Villa Kessel, en Mar del Plata, Argentina. Las artes plásticas, dice, le han proporcionado satisfacciones. Sus 103 exposiciones personales y 13 colectivas son prueba de su quehacer artístico.
Pero de su obra literaria poco se ha conocido.
¿Cómo surgió esa inquietud?, le pregunto.
“En una ocasión, en la cual vivía momentos complejos, tomé una hoja de papel y un lápiz para expresar lo que sentía. Así empecé a escribir una historia, que después titulé Cuento de Guajiro. Las ideas venían unas tras otras y también imágenes, que eran más rápidas que mi control muscular. En menos de un mes nacieron 10 cuentos, que después fueron revisados cuidadosamente por amigos porque nunca he sido bueno en la ortografía.
Según expresa, la musa aparece de vez en cuando. Cuando eso ocurre, comienza un frenesí, el cual no concluye hasta que no expone la última idea. Por eso ya habla de un nuevo libro de carácter biográfico.
¿Cuándo llega la música?
En el año 2000, a través de un sueño, se me reveló una obra musical titulada Soy del viento. Después seguí componiendo hasta llegar a un total de 10 temas que fueron cantados por Gisela Sosa, directora del grupo Novel Voz, acompañada al piano por el maestro Juanito Espinosa. Ese año, en noviembre, obtuve el tercer premio en el XV Festival de Habaneras, en La Habana, con la composición Traída frente al mar.
Más tarde compuse diez décimas las cuales fueron acompañadas por el laúd de Marianao Venero; el maestro Rojita, en el tres, y en la guitarra, Gonzalo de Jesús. Grabé el primer disco en los estudios Abdala; en esta ocasión canté todos los temas.
También he creado guarachas, sones y rancheras, que con arreglos musicales de maestro Rigoberto Otaño, forman parte de varios demos.
Y la pintura, ¿cómo marcha?
Por cuestiones familiares, estuve un tiempo alejado de la plástica; pero pintar forma parte de mi vida, no me puedo desprender de esa faceta. En las noches, o fines de semana, me inspiro. Siguen siendo recurrentes los paisajes campesinos y la temática TuinuCuba, esta última es parte del sello de mi obra”.
Acerca del autor
Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.