“Yo era un cortador de caña muerto de hambre”; y aquella etapa lo marcó bien hondo, al punto de que al cumplir sus 89 años, Aníbal Aguilar Puebla conserva los nombres del mayoral, los capataces, de los dueños de la colonia Dagamal, quienes doblegaban a los jóvenes sin trabajo y con necesidad de contribuir al sostén familiar.
No serían diferentes sus días en el ingenio Estrada Palma (hoy Bartolomé Masó), en la actual provincia de Granma, donde igualmente dependía de una selección diaria, porque era un suplente que hacía labores de engrasador.
Aníbal fue el tercero de los 14 hijos de una familia de cubanos revolucionarios; a los 10 años era analfabeto, pues en la comarca no había escuela ni hospitales y desde esa edad empezó a trabajar, lo mismo en el corte de caña, de arroz o recogiendo frutos menores.
Sin embargo, esas faenas azarosas le sirvieron para fraguar su carácter y afianzar las ideas socialistas que iba heredando, o mejor, absorbiendo de su padre, de su abuelo y de otros allegados, amigos y obreros que eran miembros del Partido Socialista Popular.
Poco a poco y cumpliendo misiones discretas, pero importantes, comenzó su militancia política; creció su compromiso y participación en la vida del Partido Ortodoxo, del cual dice es fundador y llevaba la consigna en la solapa: vergüenza contra dinero.
Uno de los momentos más trascendentales que vivió en el central fue el de la visita de Jesús Menéndez, a quien ya apodaban General de las Cañas. Quedó prendado de aquel hombre humilde y modesto, quien andaba en su lucha por el diferencial azucarero y otros derechos que le asistían a los trabajadores.
Aníbal, con su memoria prodigiosa recuerda: “Cuando se dirigía de Estrada Palma a Manzanillo, los miembros del Partido Socialista Popular y la Juventud Ortodoxa queríamos acompañarlo, y nos dijo que no hacía falta, que él era representante a la cámara y por tanto tenía inmunidad parlamentaria, que nadie podía detenerlo.
“No fue así. En el camino hacia Manzanillo lo estaba esperando uno de los sanguinarios capitanes del ejército (Casilla Lumpuy); le dijo que tenía orden de detenerlo, pero realmente lo que hizo fue asesinarlo por la espalda”.
Desde ese momento, la vida se hizo difícil para los militantes políticos; a aquel joven menudo que tengo frente a mí ya bien entrado en años y canoso, aunque con igual sonrisa, le fueron asignando responsabilidades, algunas debía realizarlas en la capital del país, por lo que un día, “le pedí permiso a mi padre para venir a vivir a La Habana”; para entonces se había unido al Ejército Rebelde, había participado y continuaría en acciones y batallas, lo mismo desde la clandestinidad que en las montañas de Oriente.
La clandestinidad tenía riesgos similares, solo que desde entonces no estaría en la geografía conocida y tendría que aprender a andar donde era más difícil ocultarse. En esos menesteres conoció del triunfo de la Revolución; luego volvería a la Sierra Maestra, justamente en los momentos de la firma de la Primera Ley de Reforma Agraria.
Mi entrevistado recuerda su etapa de administrador de cooperativas agrícolas; luego en Báguanos, Holguín apoyó a los brigadistas que se encargarían de alfabetizar al pueblo hasta declarar a Cuba libre de analfabetismo; y los días junto a Ramón Castro Ruz en la etapa que se estudiaba y libraba la lucha contra la mosca lisofaga, que perforaba la caña de azúcar y acababa con los cañaverales.
De la larga, larguísima trayectoria política de Aníbal Aguilar Puebla, sobresalen sus días más felices: trabajar con Celia (Sánchez Manduley) y Fidel (Castro Ruz) por más de 25 años. Ella descubrió sus dotes de organizador y hombre serio, y lo designó para “trabajar en la atención a los campesinos que habían venido de la Sierra Maestra a La Habana para estudiar; muchas jóvenes se prepararon en corte y costura y otras especialidades”.
También tuvo tiempo y voluntad Aníbal para el expresar sus sentimientos de internacionalismo; se alistó para el cumplimiento de una misión en el exterior y tuvo su bautizo en la República Popular de Angola de 1977 a 1979.
Y por supuesto, llegan a su mente los últimos años laborados: “Me nombraron instructor político de la guardia civil en el Palacio de la Revolución, y son muchísimas las tareas que cumplí al lado de Celia, una mujer extraordinaria y dedicada que nunca olvido”.
Por más de 25 años, se desempeñó como funcionario de la Dirección Administrativa del Consejo de Estado; y de sus mayores orgullos, uno estaría por asomar en aquella sala donde conversamos.
Con su larga caballera rubia, una sonrisa y un cauto saludo, Guadalupe, una de sus tres hijos, solicitó permiso para ofrecernos un café, el que aceptamos con mucho gusto; fue el momento para hablar del padre amoroso, dedicado y discreto que pasa el duelo por la pérdida de su esposa (más de 60 años) y compañera (también trabajó en el Consejo de Estado). En la complicidad de estos días, padre e hija, se arrullan como tortolitos.
Ejemplar trabajador, digno ejemplo de los trabajdores azucareros, con un sentido de pertenencia innegable.
Esto es un ejemplo de nuestros humildes trabajadores
Ejemplo de sentido de pertenencia a nuestro sector azucarero
Mi querido mi viejo mi amigo
Padre hijo amigo compañero y hermano extraordinario. Ejemplar trabajador humano humilde lleno siempre de optimismo y voluntad para triunfar.Te amo papá
Bello artículo mi querido tío siempre tan amoroso y un cubano cabal y auténtico.