Salgo temprano, demasiado temprano, pero no soy la primera. Muchos de mis vecinos ya han partido hacia la plaza y me apuro para no quedarme rezagada. Un grupo de jóvenes alborota el barrio; se llaman unos a los otros, y emprenden viaje hacia el centro de La Habana.
La amplia y vistosa avenida de Rancho Boyeros, que en sus momentos fundacionales fue el camino de los boyeros hasta el rancho que luego sería la feria agropecuaria, y ha visto pasar a presidentes de varias repúblicas, a equipos deportivos ganadores de eventos internacionales, entre otros, esta madrugada del Día Internacional de los Trabajadores es una de las vías neurálgicas para la concentración de los capitalinos.
Está repleta de gente que espera el transporte, de ómnibus llenos y bulliciosos con el canto del pueblo, de camiones que vienen desde lejos y traen a campesinos, a trabajadores agrícolas, a estudiantes.
Mucho antes de las tres de la madrugada, ya es difícil acceder a las arterias de la Plaza de la Revolución José Martí; el pueblo está en la calle, miles de cubanos llevan el rumbo común de los encuentros trascendentales.
Me pierdo en la noche. Del silencio al bullicio, a la multitud, al alba, al pueblo. Pueblo comprometido que en breve marchará unido como símbolo de la unidad en torno a las transformaciones del modelo económico y social, a los líderes históricos, a la Revolución.
Y pueblo no es solo La Habana. Pueblo no solo es Plaza de la Revolución; pueblo es Cuba y Cuba está en todas sus plazas, en sus ciudades, en sus poblados, en sus barrios. Cuba está de pie.