Desde la pasada semana anda por las redes sociales de Internet una etiqueta o frase en diversos formatos que encierra una inmensa verdad: Cuba vive. Esa evidencia la tuvimos este lunes en nuestras calles, con la reincorporación a las aulas de las últimas enseñanzas por hacerlo; con la reapertura de nuestras fronteras y la reanimación de importantes actividades económicas.
Cuba vive, sí. Estremece solo de pensarlo, pero a pesar de los pesares, después de casi dos años de enfrentamiento a la COVID-19 en medio del recrudecimiento del bloqueo, empezamos a transitar hacia lo que ya se conoce como la nueva normalidad, o lo que es igual, comenzamos a recuperarnos.
Nadie nos regaló esa posibilidad, por el contrario. Hubo fuerzas poderosas que trataron de obstaculizar por todos medios posibles que este pequeño país superara el peor momento de la pandemia.
Y lo conseguimos con sacrificio enorme, a cuenta de no pocas estrecheces, dolores y pérdidas, pero con una confianza renovada en nuestras propias fuerzas.
El manejo de los distintos picos epidémicos con estrategias integrales para preservar la salud a toda costa, y la inmunización con vacunas propias, que ya superó a más del 70% de nuestra población, incluyendo niñas, niños y adolescentes, y sigue en ascenso, es una proeza cuyo elogio nunca resultará redundante.
Este es un pasaje que sin dudas merece quedar en la historia nacional como un hito que hijas e hijos contarán a sus descendientes cuando el nuevo coronavirus sea solo un mal recuerdo.
La administración a punta de lápiz de una economía tan precaria, con severas restricciones por décadas, en medio de un zafarrancho mundial que derrumbó casi todos los mercados y de una esquizofrenia de sanciones estadounidenses contra Cuba, parecería un verdadero milagro para quien desconozca la naturaleza de nuestro sistema social.
Solo una sociedad socialista puede atravesar realidades tan terribles sin que ello la conduzca a la ley de la selva, con protecciones sociales para los grupos poblacionales más vulnerables, con ingresos y seguimientos epidemiológicos de cientos de miles de personas, con una distribución lo más equitativa posible de lo poco entre todos.
Todo esto, además, sin dejar de hacer cambios profundos en su economía, de incorporar programas de transformación en los barrios, de continuar la atención a la educación, la cultura, el deporte, mediante alternativas creadoras que rindieron frutos.
Por supuesto que hubo también pérdidas e impactos aún por evaluar, los cuales posiblemente nos obliguen a una recuperación lenta y no exenta de contratiempos, no solo en materia económica, sino en el tejido íntimo de nuestra conciencia social.
Pero lo fundamental lo tenemos. El poder de enrumbar nuestro propio destino, sin extorsiones ni intervenciones, con soberanía e independencia. Con paz, sostenida, luchada, defendida en todas las circunstancias. Esa tranquilidad para conseguirlo, también depende de nuestra ciudadanía. Debemos saber muy bien lo que se arriesga, si perdemos ese sueño hecho realidad, que hay quienes nos quieren convertir en pesadilla. Cuba vive, y abraza. Dice una de esas etiquetas o frases que anda por las redes sociales de Internet que les mencionaba al inicio. Y resiste, y lucha, y vence. Nadie lo dude.
Que viva Fidel hasta la victoria siempre