Con evidente desinterés oficial, hace 120 años, el 18 de octubre de 1901, en medio de la primera ocupación estadounidense en Cuba (1899-1902), se fundó la Biblioteca Nacional de Cuba (BNC), institución con una valiosa historia, cuyos orígenes se remontan a la batalla emprendida por varios escritores y artistas independentistas, quienes hicieron posible la creación de entidades culturales que propiciaran la recuperación, preservación, estudio e integración del patrimonio insular, hasta entonces disperso en colecciones privadas y en sociedades, gremios y escuelas particulares.
Gestada al amparo de la Ley militar no. 234 del gobierno interventor oficialmente instalado en el país el 1.o de enero de 1899 —en virtud de lo estipulado en el Tratado de París, firmado entre España y Estados Unidos el 10 de diciembre de 1898— irrumpe en el panorama cultural cubano la BNC, cuyo primer director fue don Domingo Figarola Caneda, quien para establecer el proyecto donó más de 3 mil libros de su colección personal. Otros intelectuales cubanos, como Antonio Bachiller y Morales, Francisco Sellén y Manuel Pérez Beato aportaron algunas cantidades de volúmenes, en tanto se realizaron canjes y compras de diversos impresos, sobre todo a los bibliófilos de La Habana.
Un año más tarde, ese valioso archivo encontró mal acomodo en una pequeña, vetusta y húmeda nave del Castillo de la Real Fuerza, de 30 x 7.5 metros, donde radicaba el Archivo General. Allí no existían estantes, ni bibliotecarios, pero en el afán por la victoria de la vanguardia insular se logró, al menos, instaurar una sede para tan primordial centro cultural.
El ansiado medio irradiador de enseñanza y cultura comenzó un devastador peregrinaje en busca de su asentamiento definitivo y en julio de 1902 ocupó los altos de la antigua Maestranza de Artillería, en el que en 1909, Pilar Arazosa de Muller hizo posible el surgimiento de la Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba —fundada por Figarola Caneda—, gracias a la donación hecha por ella de una pequeña imprenta.
En tales condiciones de conservación, la colección en ascenso de la BNC, precariamente atesorada y con la falta de recursos de todo tipo para su sostenimiento, continuó su deambular por distintas partes de la ciudad, a la vista y conocimiento de los gobernantes de turno, que poco les importaba el destino de esos valiosos libros y mucho menos de la existencia de una digna sede en la que pudieran conservarse.
No es hasta más de tres décadas después, en 1936, cuando el eminente historiador, etnólogo, periodista y patriota cubano Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), tras crear la Asociación de Amigos de la Biblioteca Nacional, consigna en su Reglamento la imperiosa necesidad de tener un espacio propio y con condiciones óptimas para establecer en este la BNC. Se inició así una extraordinaria campaña de esfuerzos y debates que culminó con la terminación del inmueble el 12 de junio de 1957, y el 21 de febrero de 1958 se llevó a cabo el acto de inauguración del colosal y fastuoso edificio ubicado a un costado de la entonces Plaza de la República, ahora Plaza de la Revolución.
Por tal motivo, y amén del incansable empeño de su primer director y de aquellas personas e intelectuales que lograron materializar este sueño anhelado durante todo el siglo XIX, coincido con el actual director de la hoy emblemática Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, el prestigioso crítico teatral, ensayista, profesor y editor cubano Omar Valiño Cedré, quien enfatizó que la significación de este aniversario 120 posee igual importancia que su fundación. “Muchas veces —dijo— los fundadores de las después resultan un poco sepultados por la historia, porque algunas cosas se consideran bien, otras regular, otras no óptimas, etc., pero yo admiro mucho a los fundadores, a los iniciadores de aventuras intelectuales que además representan al mismo tiempo aventuras prácticas, como es el caso de la fundación de la Biblioteca Nacional.
“Con esto te quiero decir —agregó—, que todos esos significados resultan pequeños al lado de haber plantado la bandera de hacer una Biblioteca Nacional en el propio inicio de la República, en medio de unas condiciones difíciles y que, sin duda, representaron una batalla personal enorme, por ejemplo para Domingo Figarola Caneda y el equipo pequeñísimo que tuvo a su alrededor. Y ese sería para mí el primer gran significado, la propia existencia de la Biblioteca”.