Ojalateros fue el ocurrente calificativo empleado por los patriotas cubanos que peleaban por la independencia en el siglo XIX para referirse a los nacidos en esta tierra que esperaban todo del poderoso vecino del norte y se pasaban la vida diciendo: ¡Ojalá intervengan los yanquis y nos den la libertad!
El Generalísimo Máximo Gómez los criticó duramente y como narró Fermín Valdés Domínguez, dijo sobre los que escogían el bando enemigo: “Hay dos clases de presentados: los que se van al campo español y los que moralmente ya lo están. Son estos los que sueñan con un reconocimiento y creen que el nuevo presidente de los EE. UU. nos dará la independencia. ¡Estos ojalateros son también presentados!”.
Es harto conocido que la primera intervención estadounidense en Cuba la transformó en una neocolonia encadenada a ese país por la Enmienda Platt.
Menos divulgada ha sido la segunda intervención, solicitada por el mismísimo presidente cubano Tomás Estrada Palma, cuando no pudo controlar el alzamiento liberal contra sus intentos de reelección, conocido como la Guerrita de Agosto de 1906.
Desembarcaron en La Habana 5 mil 600 marines que fueron ocupando posiciones de manera gradual en todo el país, fundamentalmente donde existían inversiones yanquis.
El 29 de septiembre, al mediodía, el Secretario de Guerra estadounidense William Taft asumía las funciones de gobernador de Cuba. Este hecho fue recibido con simpatía por la oligarquía burgués-terrateniente cubana. El vocero de la reacción, Diario de la Marina, reflejó los sentimientos anexionistas de la clase dominante al afirmar que estaría plenamente satisfecha “con un mero protectorado, esto es, que las estipulaciones de la Enmienda Platt, en vez de derecho, lo sean de hecho”. Sin duda, otra camarilla de ojalateros.
Se necesitarían muchas páginas para reseñar el breve, pero oscuro período de nuestra historia iniciado por Taft, quien entregó las riendas del poder a Charles E. Magoon que ocupó el cargo entre el 13 de octubre de 1906 hasta el 28 de enero de 1909.
Derroche de los fondos públicos, endeudamiento de la República, galopante corrupción política y administrativa, negocios inmorales lesivos para Cuba, represión a la clase obrera, marines borrachos cometiendo numerosos actos vandálicos…
El saldo de esta intervención fue una mayor dependencia de Cuba con respecto a Estados Unidos.
Desde entonces la Casa Blanca ha ido ganando en “experiencia” en lo tocante a la intromisión en los asuntos internos de otras naciones y abundan los ejemplos de cómo ha impuesto su voluntad a costa de sangre, fuego y destrucción. Eso lo saben perfectamente los ojalateros de hoy, de adentro y de afuera, que claman por una intervención militar al suelo que los vio nacer sin importarles las consecuencias que ello podría acarrearle a su pueblo. Ellos no pueden calificarse de cubanos sino, como expresó Gómez, de presentados a las filas del enemigo. A los patriotas de estos tiempos no los harán retroceder ni el garrote ni la zanahoria. Nos sobran decisión y coraje para seguir adelante.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …