Son escasas las imágenes de aquel estadounidense que nació en 1850 en Brooklyn, Nueva York, y que a los 19 años se enroló en la expedición del buque Perrit bajo las órdenes de su compatriota, el general Thomas Jordan, para luchar por la independencia de Cuba.
El cronista mambí de la guerra Manuel de la Cruz así lo describió: “De elevada estatura, nervudo y musculoso, dejando ver los ángulos de la osamenta, de rostro aguileño, el cabello de un rubio oro y el color del cutis, salpicado de pecas, semejante a la malva rosa. Los ojos garzos, lampiño, ruboroso como una colegiala, inválido de una pierna a consecuencia de la herida de bala que recibió en el ataque de Santa Cruz al tomar el cañón; y bajo su carátula de hombre grave, humorista donairoso y zumbático”.
Demostró arrojo desde su llegada a tierra cubana y tras un ataque fracasado al campamento militar español de La Cuaba, pasó por la insólita experiencia de ser fusilado por el enemigo junto con otros prisioneros: Reeve se levantó entre los cadáveres y, con cuatro heridas, dos de ellas en la cabeza, vagó sin rumbo, ensangrentado, hasta ser encontrado por varios patriotas y conducido al campamento del brigadier Luis Figueredo. En ese momento el joven expresó su deseo de pasar a Camagüey y manifestarle a Céspedes su decisión de no continuar la lucha, pero fue presentado al mayor general Ignacio Agramonte, quien lo convirtió en un aguerrido oficial del Ejército Libertador.
Los compañeros de armas llamaron al neoyorquino el Inglesito o Enrique el americano. Logró adaptarse con rapidez a los rigores de la manigua y curiosamente aprendió el idioma con un ejemplar de Don Quijote de la Mancha ocupado en un asalto.
Bajo las órdenes, primero del Mayor y después de Máximo Gómez, fue ascendiendo en grados militares hasta general de brigada, y por la grave herida sufrida en el ataque a Santa Cruz del Sur hubo que adaptarle la montura para que pudiera seguir combatiendo.
El 4 de agosto de 1876, en la sabana de Yaguaramas, enfrentó a una columna española y al no poder vencerla, cubrió la retirada de sus hombres. Recibió dos heridas de bala en el pecho y la ingle, y cuando el enemigo le mató el caballo no pudo escapar. Con un tercer balazo continuó batallando, revólver y machete en mano, hasta que, para no caer prisionero, se quitó la vida. Tenía al morir 26 años.
Hoy Henry Reeve es Cuba, que inmortalizó su nombre en el contingente solidario que reparte por el mundo salud y vida, con la misma valentía ante los riesgos que demostró el joven general estadounidense al defender hasta la muerte su patria adoptiva.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …