Desde hace varias semanas la intervención sanitaria con nuestros candidatos vacunales transforma la vida social de los cubanos. Orden, disciplina, estrictos protocolos y confianza se traducen en cada vacunatorio. A los consultorios del médico de la familia y otros centros de salud se les han sumado escuelas, empresas y disímiles locales con las condiciones imprescindibles para ponernos este rayo de esperanza contra la COVID-19.
No son pocos los que refieren sentirse emocionados con el pinchazo, y hasta dejan el recuerdo en su móvil o redes sociales. Y es cierto, resulta inédito que una nación subdesarrollada pueda inmunizar a su población por sus propios esfuerzos, a partir del conocimiento científico de sus hijos y con agilidad organizativa envidiable. Todo eso en medio del bloqueo del Gobierno estadounidense, que no para de fastidiar, cual pandemia obsesiva con casi 60 años en nuestras vidas.
Los trabajadores cubanos que por estos días han remozado ese cubículo donde recibimos el pinchazo, han movido refrigeradores o equipos de clima para que ningún bulbo se pierda; han creado el confort mínimo para pasar la hora posvacunado; o han garantizado transporte para cualquier urgencia, entre otras tareas; son también de los imprescindibles en esta hora.
En nuestro brazo vacunado descansan la resistencia, inteligencia y unidad. Todos somos fuerza, somos un país.