En Villa Blanca, nombre original de la pequeña finca pintada de ese color que pasó a la historia con el nombre de Granjita de Siboney, no se disparó un tiro el 26 de julio de 1953, sin embargo la fachada del portal mostraba evidentes impactos de proyectiles. En las afueras y dentro de la casa yacían los cuerpos sin vida de varios participantes en el asalto al cuartel Moncada. Era una escena montada por los esbirros del batistato para encubrir sus crímenes, simulando que allí se había producido un enfrentamiento armado. Entre los muertos estaba Fernando Chenard Piña.
La verdad de lo ocurrido se conoció en el juicio: a Chenard se le encomendó avisarles a Raúl Castro Ruz, en el Palacio de Justicia, y a Abel Santamaría, en el Hospital Civil, que Fidel había ordenado la retirada, pero no pudo hacerlo. Fue detenido, torturado y asesinado.
Dos días antes se había despedido de su familia con el pretexto de un viaje. Como sus compañeros, no dudó en dejar atrás sus afectos más entrañables y en arriesgar lo más preciado, su vida, para entregarse a la lucha.
Años atrás, en un aniversario del natalicio de José Martí, en un editorial que publicó en la revista El Dependiente —de la que fue fundador, administrador y redactor–, Chenard se enfrentó a quienes haciendo falsos alardes de patriotas y defensores de la cubanidad enarbolaban el nombre del Apóstol, y escribió: “Nosotros no hablamos de Martí, sino que a medida de nuestras fuerzas y recursos tratamos de cumplimentar sus postulados: los del respeto, los de la justicia y los de la defensa de todos los olvidados”.
Él lo empezó a hacer desde muy joven. Trabajador de una bodega a los 20 años, se empeñó y logró la creación del Sindicato de Obreros y Empleados del Comercio de Víveres al Detalle del que llegó a ser secretario general y dentro del cual organizó una fracción del Partido Unión Revolucionaria Comunista.
Años más tarde, atraído por la prédica de Eduardo Chibás, se vinculó al Partido Ortodoxo. Por ese tiempo dejó el trabajo en el comercio de víveres, se hizo fotógrafo por cuenta propia y montó su propio estudio-laboratorio junto a Miguel Oramas, quien posteriormente sería también mártir del Moncada.
Pero del mismo modo que Chenard defendió como sindicalista y periodista a los trabajadores de su sector, hizo de su cámara un arma con la que dejó constancia gráfica de los desmanes de la dictadura de Fulgencio Batista. Un ejemplo, entre muchos, fueron las imágenes con las que apoyó la denuncia hecha por Fidel en febrero de 1953 de la destrucción del estudio del escultor Fidalgo, quien había modelado estatuillas del Apóstol al pie de las cuales se leía la frase: Para Cuba que sufre. “Gracias a Chenard, bravo y audaz colaborador de Bohemia —escribió Fidel—, hemos obtenido pruebas irrebatibles, pese a la ocupación militar del local y a la intransigente negativa de darle acceso a la prensa”.
Con la finalidad de engrosar los fondos de la acción armada que se preparaba, Chenard vendió su estudio fotográfico.
Narró en una ocasión el combatiente Pedro Trigo que a pocas horas del asalto, ya en Santiago de Cuba, las células de La Ceiba, organizada por Chenard, y la de Calabazar que él dirigía, se alojaron en una casa de la calle Celda No. 8 donde había unos 40 catres. Antes de acostarse, el joven fotógrafo le pidió a Trigo que le recordara la cámara que iba a guardar debajo del catre, porque Fidel quería tomar unas fotos. En la medianoche fue a buscarlos Renato Guitart para llevarlos a la Granjita de Siboney, y cuando ya los combatientes estaban impuestos de su misión y armados, Fidel le solicitó a Chenard que retratara a los que iban a luchar por hacer realidad los sueños de Martí.
Entonces el joven fotógrafo se percató de que había dejado olvidada la cámara en la casa donde se habían alojado. Aquella foto no pudo ser tomada, sin embargo ello no impidió que las imágenes de todos los combatientes que ofrendaron sus vidas en Santiago de Cuba y Bayamo fueran conocidas por el pueblo y atesoradas por la historia.
En sus tiempos de sindicalista, Chenard escribió, en un artículo titulado Probando se sabe, destinado a los dirigentes sindicales del sector, que para conocer si era posible superar un obstáculo había que probar a saltarlo. Así lo hizo él, junto con sus compañeros, el 26 de julio de 1953. No pudieron vencerlo en ese momento pero fue el primer salto hacia la conquista de la victoria.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …