Celia, heroína y madre

Celia, heroína y madre

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Wilfredo Núñez Pérez siempre fue conocido como un muchacho ágil y dispuesto a cualquier faena.

Escultura de Celia en el parque central de Media Luna, localidad donde nació la heroína. Foto: Iván Suárez Acosta
Escultura de Celia en el parque central de Media Luna, localidad donde nació la heroína. Foto: Iván Suárez Acosta

“Desde muy joven tuve medio de transporte propio y era amigo de Crescencio Pérez. En una ocasión, en su casa, en Ojo de Agua, Pilón, co­nocí a Celia, amable y conversadora, quien se interesó al instante por mi camión, por sus condiciones.

“Al conocer quiénes eran mis pa­dres y el lugar donde residían, me dijo que la casa que ella más visitaba en Me­dia Luna era la que estaba justo al lado de la mía. Allí vivía Elvis Arias, quien, según supe luego, fue la jefa del Movi­miento 26 de Julio en el territorio. Días después esta vecina me dijo que llenara el tanque de combustible, pues aquella muchacha que había conocido en Pilón vendría para que la llevara a un viaje por un camino cerca de la precordillera de la Sierra Maestra. Pero ella no vino.

“Tiempo después me encontré con Celia y, entre jaranas, me confesó que no me estaba tomando el pelo, sino que yo iba a cumplir una tarea de la Revo­lución trasladando a los expediciona­rios del yate Granma luego del desem­barco, acción que no se produjo como estaba previsto”.

A partir de entonces surgió la amis­tad entre la guerrillera y este bisoño de apenas 17 años, quien se convirtió en uno de sus colaboradores más cercanos para las acciones revolucionarias en esta parte de la región oriental.

“A primera vista —evoca— Celia parecía una persona frágil, sin embar­go, tenía un carácter fuerte. Cuando conversaba lo hacía con confianza como si te hubiera conocido siempre. Por eso atraía a las personas. Era sencilla y muy franca.

“Entre las bajas del Ejército Re­belde en el combate de El Uvero (28 de mayo de 1957), había un medialunero que dejó a su esposa y siete hijos. De las manos de Celia recibí un papel donde me expresaba que el Movimiento 26 de Julio en la localidad tenía que atender a esa familia y así lo hicimos hasta el triunfo de enero de 1959.

“Cada niño que quedó huérfano por la guerra estaba bajo su amparo, ella se las arreglaba para hacerles llegar toda la ayuda posible. Igual ocurría con las viudas y con las familias de quienes se alzaron y no regresaron al hogar”.

Luego de 1959 este combatiente y otros de sus compañeros se reunieron con Celia y Fidel en Minas del Frío para realizar un censo en las mon­tañas de Oriente. Como resultado de este levantamiento los niños desam­parados fueron trasladados a La Ha­bana, donde se les proporcionó acogi­da y educación.

“Ella se encargó personalmente de esta tarea —recuerda Wilfredo— con una sensibilidad y nivel de deta­lles que le permitieron ganar en poco tiempo la admiración de la inmen­sa mayoría de los cubanos. Con su muerte el 11 de enero de 1980, perdi­mos una heroína y una gran madre”.

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