Por: René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo
Florica, dime dónde dejaste los cabellos rubios y la mirada de niña, y el entrenamiento y las medallas, y Rumanía y los sueños. Dime por qué esa ropa sensual, y por qué la piel tostada y la melena negra; ¿acaso porque tus clientes te prefieren así, porque te lo exigen, porque aumenta tu valor de mercancía?
Florica, ¿y cuando querías ser como la estrella, como Nadia, te acuerdas? Los días, las semanas en el gimnasio. Los meses que se hicieron años. El dolor. Las rutinas en las barras asimétricas, la fatiga y los músculos que se abrían. Los deseos de superarte. El caballo de salto, la fatiga otra vez y otra vez los músculos rajándose. ¿Te acuerdas?
Y luego, a la hora de volver a casa, con papá de la mano por las grises avenidas de Bucarest, viendo a los gitanos, a los niños con la cara sucia y las manos extendidas, a los traficantes negociando con los policías, a las amigas que se fueron con sus padres a Occidente; desconociendo por qué, si hacía tanto frío, esas muchachas con la falda tan corta detenían los automóviles…
Y tú, ¿qué harás ahora con las medallas -con las que ya ganaste, no con las que podías haber colgado a tu cuello-? ¿Las exhibirás, formarán parte de algún servicio especial, las pondrás en subasta? O no, quién sabe, quizás las guardes en algún cajón del olvido, sobre tus sábanas de dólares o bajo tu almohada sin sueños.
De mal gusto. Por qué el ensañamiento gratuito con esa muchacha?