Duele, y mucho, cuando sabemos que en un año 2020, marcado por la crueldad de un traicionero enemigo llamado coronavirus, han ocurrido en el país 33 muertes por accidentes de trabajo en la etapa de enero a noviembre.
Cierto que no son los tiempos en que las cifras no bajaban del centenar; sin embargo —sin hablar de millonarias pérdidas económicas—, no solo se trata de los 33 fallecidos, sino de 33 familias con el sufrimiento perenne por la pérdida de un ser querido, ya sea papá, mamá, hermano, hijo, en fin, alguien que no debió morir.
Es un tema serio con el que tenemos que convivir, ya que no encuentra definitiva solución. Es un asunto en el que año tras año los argumentos se dirigen certeramente a cuáles razones provocan la accidentalidad; y en el que lamentablemente las muertes, lesiones y, cuando menos, los certificados médicos, se mantienen, como también las lágrimas y el sufrimiento de muchos.
El viernes último se reunieron en la Central de Trabajadores de Cuba directivos sindicales, del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, así como de otras entidades y organismos para analizar una vez más la seguridad y salud en el trabajo. Allí se expusieron suficientes argumentos como para concluir que la única pandemia que nos azota no es la del coronavirus.
Una verdad se impone: los accidentes laborales no son tan casuales ni tan accidentales, aunque en ocasiones, quizás con parte de razón, se traten de imponer términos como lesiones involuntarias, muertes o traumatismos no intencionados, etcétera.
En la citada reunión se subrayó asimismo que ningún accidente laboral se debe solo a irregularidades con la conducta del trabajador, sino que igualmente concurren razones organizativas o técnicas. Además, se criticó que no pocas veces lo que más pesa son las pérdidas económicas y no la vida e integridad de la persona.
También se adujo, entre otras evidencias, falta de capacitación, que la solución está en la prioridad que se le otorgue al tema, que es imprescindible exigir mayor responsabilidad a las administraciones, que la fabricación y uso de los medios de protección continúan como deuda pendiente, y que son las asambleas de afiliados el escenario idóneo para canalizar ideas y realidades sobre el tema.
Es cierto, pero cómo cumplir tales mandamientos en medio de una realidad en que las propias jornadas de seguridad y salud en el trabajo duran solo un mes, cuando tienen que ser un imperativo de cada día.