De un artista, en todo caso, habría que esperar que hiciera arte. Eso es lo primordial. A un artista hay que valorarlo, primero que todo, por el vuelo de su creación, por el impacto en su público, por sus aportes al acervo de su nación y del mundo.
Un artista, como todos, tiene opiniones políticas, se posiciona ante las peculiaridades de un contexto, puede expresar sus preocupaciones y compromisos sociales mediante su obra.
Es perfectamente legítimo hacer un arte absolutamente implicado en el entramado sociopolítico, que apueste incluso por influirlo y transformarlo. Pero el arte no debe ser entendido como mero instrumento de un poder, como ficha funcional del juego político, como banderilla panfletaria.
El arte, aunque pueda servir a la propaganda, no es la propaganda. El arte es la libertad, independientemente de las “ataduras” de sus creadores y sus públicos.
La política cultural de la nación lo asume así. Y en tanto entiende que la cultura artística es armazón espiritual de la sociedad, procura sostenerla y garantiza que el acceso y el disfrute de ella sea un derecho inalienable de la ciudadanía. Las leyes así lo refrendan, en absoluta concordancia con los preceptos martianos: ser culto es el único modo de ser libre.
Para apoyar a los artistas, para formarlos y ofrecerles oportunidades, Cuba cuenta con un sólido sistema institucional de la cultura. Sería un despropósito confiarle al mercado la responsabilidad de regular y jerarquizar la creación y el acceso al arte. Ese ha sido el aporte mayor de la Revolución al patrimonio artístico de la nación.
Ahora resulta que ciertos sectores ultraconservadores radicados en los Estados Unidos, sostenidos por intereses político-electorales de algunas élites del poder, pretenden castigar a varios artistas por el “delito” de hacer arte en Cuba y apoyar ese sistema de instituciones. Quieren castigarlos también por rechazar un bloqueo económico que deviene bloqueo cultural. Quieren castigarlos porque apoyan y defienden la política cultural de la Revolución o sencillamente no la rechazan. Por el derecho de expresar sus opiniones. Por su decisión de permanecer.
En Miami algunos elaboran listas negras para pedir que a determinados creadores (de probadas capacidades y talentos) se les niegue el acceso a los Estados Unidos, aunque ninguno de ellos vaya a ese país a hacer política. A los artistas cubanos que viven allí solo están de paso, prácticamente se les exige un claro posicionamiento político… y si no coinciden con las expectativas de esos círculos (o sea, rechazo decidido al Gobierno cubano, al sistema político que representa) se les impone un boicot.
Boicotear, chantajear, presionar… en eso son especialistas ciertos personajes. Algunos creadores de valía han cedido y se han sumado a un espectáculo lamentable, que tiene que ver más con la politiquería mediática que con el arte verdadero. Otros son actores resueltos de ese show.
Es paradójico que los que acusan a Cuba de politizar su arte terminen por politizar el arte tan burdamente. No es Cuba la que cierra puertas, prohíbe encuentros, limita presentaciones.
Los vínculos culturales entre Cuba y los Estados Unidos son sólidos e históricos. El bloqueo y sus políticas afectan y obstaculizan, pero no tienen la capacidad de borrar un diálogo que ha dejado frutos. El arte tiende siempre puentes, por más que algunos que se autodenominan “amantes de las artes” se afanen por destruirlos.
La única respuesta, la más digna, la más natural es seguir haciendo arte. Los que piensen que Cuba instrumentaliza su creación artística, que les tapa la boca a sus artistas, deberían venir a comprobar qué arte se hace y se socializa en nuestro país. No tendrán que buscar mucho, bastaría con visitar teatros, galerías, bibliotecas…
Los estadounidenses tienen el derecho de disfrutar del mejor arte cubano. Los artistas cubanos tienen el derecho de presentarlo en los Estados Unidos, teniendo en cuenta que el diálogo cultural es imprescindible e inevitable.
Nada más ajeno a las esencias liberadoras del arte que los contubernios groseros de los que quieren plegarlo a la mezquindad y la intolerancia.