Por Ernesto Montero
Cuando la confrontación entre el capital y el trabajo era agudísima en Cuba, Nicolás Guillén no se limitó a crear sus poemas de sólida cubanía y de consistente contenido social, en defensa del negro y del blanco discriminados, sino que intervino directamente en aquella batalla.
No basta recordar Elegía a Jesús Menéndez, su mayor obra poética con aquel contenido. Es preciso tener en cuenta todos sus poemas de este carácter, desde Motivos de son en 1930, cuyo tema racial muestra al negro como la mayor víctima en la pirámide social de la República frustrada, hasta Sol de domingo en 1982, su último libro publicado en vida.
Es suficiente echar un vistazo a su poema Macheteros, de este último título, para percibir cuán profunda era su memoria: Los recuerdo, de niño,/ sombras de mochas ásperas,/ piel curtida/ por el viento y el sol. Mirada/ de lejanía y de venganza. Entre los macheteros./ Centrales: Jatibonico, Jaronú,/ Stewart, Vertientes, Lugareño. / O el Chaparra, con Menocal/ sonando el cuero.
Menos este último, todos eran del Camagüey de la época a la cual se refiere el poeta, debido a que De niño, en el recuerdo pervivieron los macheteros, no solo de su provincia natal, sino de todo el país, incluido el más recóndito villorrio donde no hubiera central azucarero.
En esta última circunstancia era preciso emigrar para “hacer zafra”, o cuando menos para buscarla, con el fin de obtener algún mísero ingreso que le permitiera subsistir al obrero y a su familia distante. Esto, sin excluir a los inmigrantes haitianos, más cruelmente explotados, sobre todo desde Camagüey hacia el oriente.
Mas, algo semejante ocurría con el que debía lanzarse “a buscar trabajo”, en el llamado tiempo muerto o en cualquier otro momento, hacia las zonas cafetaleras de las hoy llamadas provincias orientales o hacia el centro del país —en el villareño Topes de Collantes, por ejemplo— o donde lo hubiera.
No son los únicos ejemplos, sin embargo. Ocurría igual en las arroceras desplegadas por varios territorios —no como ahora, tecnificadas—, cuando había que sumergirse en el fango del cultivo para, con la hoz, arrancarle a la tierra lo que el propietario disfrutaría en proporción casi absoluta.
Lo mismo sucedía en la agricultura o en la ganadería de pobreza generalizada. En las ciudades modestas industrias nacionales o grandes filiales de firmas estadounidenses extraían las riquezas sin dejar a cambio el desarrollo que el país requería para el progreso de todos y, en definitiva, como esencia de humanidad.
Nicolás Guillén sabía, un tanto más que muchos otros poetas y hombres, que para lograr el equilibrio eran necesarios los cantos de lucha, amor y paz en todos los sitios: sobre la selva, sobre los ríos/ y en los sembrados y en los baldíos, lo mismo en los países de soles fríos que en los del Trópico ardiente.
Cuando los trabajadores de Cuba se aproximan a su Congreso de la CTC, es inevitable apreciar cómo su Poeta Nacional reconocía, en la citada Elegía al asesinado líder azucarero, que anduvo con él transitando de sueño en sueño su gran provincia —había nacido en Encrucijada—, llena de hombres que le tendían la mocha encallecida.
Cuba es hoy un pueblo cuyos jóvenes, mayoritariamente, no sufrieron aquellos avatares, o que tal vez, por haber pasado más de 65 años, no poseen familiares que hayan sufrido las consecuencias de tales circunstancias.
Pero ni la Historia ni la obra del poeta lo olvidan. Contaba Guillén que el asesinato miserable de Jesús Menéndez lo impactó en Río de Janeiro, Brasil, cuando era huésped del reconocido pintor Cándido Portinari, quien lo sorprendió con la noticia al regresar el poeta de un recorrido por la fabulosa ciudad carioca. “Han matado a un líder obrero allá en tu patria”, le dijo Portinari, y Guillén pensó de inmediato en que el asesinado había sido Lázaro Peña, también destacado líder obrero y máxima figura de la hoy CTC.
“Cuando al fin Portinari me entregó el periódico O Globo”, narraba Guillén, “me di cuenta de mi error” y “al día siguiente comencé a componer un poema para el gran líder; quería algo fuerte, como yo lo vi siempre, en lucha con lo peor de la reacción en una isla prisionera, en poder del imperialismo norteamericano”. De ahí que el propio Guillén, con agudeza, evoque en una de sus creaciones posteriores al poeta hecho al áspero tumulto ciudadano, al de la discusión en el sindicato, a ese que habla el idioma simple y compañero del que trabaja a su lado. A este lo califica como dueño del fuego y la esperanza. Como lo fue él, por su obra.