Las escuelas son más que centros donde se estimula el conocimiento académico. Son entornos donde niños y adolescentes adquieren habilidades sociales y emocionales, hacen ejercicios, permanecen seguros mientras los padres trabajan, y en no pocos lugares reciben la única comida saludable del día.
Pero la pandemia de la COVID-19 rompió ese esquema. En la primera oleada, al menos 200 países decretaron el cierre total de sus centros docentes, lo que afectó a más de mil 500 millones de estudiantes desde la enseñanza preescolar hasta la superior, es decir, a más del 90 % de la población estudiantil del mundo. Era preciso proteger la vida de alumnos y maestros.
Las experiencias han sido diversas. Si bien el magisterio no figura como una de las profesiones de mayor riesgo frente a la COVID-19, sí ha evidenciado que la disparidad económica segmenta, estratifica y amplifica los impactos.
Suecia, por ejemplo, fue una de las pocas naciones que nunca suspendió las clases, aunque sí adoptaron medidas para evitar el contagio. Allí se brindó especial atención a los maestros mayores de 60 años, calificados como de alto riesgo, a quienes dejaron en casa, colaborando con sus jóvenes colegas a calificar exámenes y ensayos, o brindando tutoría en línea para estudiantes enfermos.
Una experiencia diferente fue denunciada en España donde se estima que más de 20 mil docentes en todo el país padecen alguna enfermedad que lo hace más vulnerables frente al coronavirus y ello les impediría incorporarse de forma presencial al curso iniciado el pasado 4 de septiembre en las ciudades de mejores resultados en el control de la pandemia.
En vísperas del reinicio del nuevo año académico en Italia, previsto para el pasado 14 de septiembre, el comisario extraordinario para la emergencia del coronavirus, Domenico Arcuri, informó que se habían detectado 13 mil casos positivos entre el personal docente, quienes permanecerían aislados hasta que una nueva prueba demostrara que se habían curado.
En los EE. UU., donde la pandemia ha impactado duramente, se desconoce la cantidad total de enfermos en el sector. Solo Mississippi, por ejemplo, reportó 604 casos entre maestros y el resto del personal que garantiza el óptimo funcionamiento de las instituciones escolares.
No obstante, diversas fuentes hablan de decenas de maestros fallecidos en todo el país durante la primera fase. El Departamento de Educación de la ciudad de Nueva York, perdió 31 maestros, mientras la organización sindical Federación Estadounidense de Maestros informó sobre 210 muertes entre sus afiliados, incluido personal de apoyo, jubilados, y profesores. Luego del reinicio del año escolar, se supo de cuatro víctimas más.
Un informe de la Kaiser Family Foundation asegura que uno de cada cuatro maestros estadounidenses (casi 1,5 millones de personas) tiene un alto riesgo de enfermarse gravemente si contraen el coronavirus debido a su edad y dolencias de base. Datos del National Center for Education Statistics refieren que casi el 19 % del personal docente estadounidense tiene 55 años o más.
En los países mencionados anteriormente, la educación a distancia se reveló como una alternativa viable, aunque nada sustituye el intercambio presencial. En cambio, para las naciones en vías de desarrollo, las limitaciones en el acceso y manejo de las nuevas tecnologías, así como las difíciles condiciones de vida de algunas familias, han expuesto las múltiples fisuras de esa opción.
En México, el 97,7 % de los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) opina que la COVID-19 debe ser considerada un riesgo de trabajo y como tal debe ser contemplada en la legislación laboral. Datos de julio aseguran que 350 maestros han muerto a consecuencia de la COVID-19 y que entre el personal docente prevalecen varios grupos de riesgo: 32 % de los profesores padece diabetes; 27 %, obesidad; y 20 %, hipertensión.
El Sindicato Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú (Sutep), contabiliza más de “400 maestros muertos y cientos de contagiados. Muchos siguen trabajando pese a sus dificultades, pues no hay centros médicos y tienen que quedarse en casa confinados o seguir trabajando, así se sientan mal, de lo contrario los declaran en abandono y los sacan del cargo”.
Sobre la educación a distancia alertaron que no obstante de que el ministro de Educación Martín Benavides insiste en que el programa Aprendo en Casa llega al 95 % del estudiantado, el 79 % de instituciones educativas públicas no dispone de Internet, el 98 % de los escolares indígenas de la Amazonía carece de tecnología para acceder, y en similar situación se encuentran millones de niños pobres de todo el Perú.