Más allá de las concepciones filosóficas o de las creencias religiosas de distinto origen, el pueblo cubano posee una elevada espiritualidad que merece respeto, y forma parte de nuestra idiosincrasia.
Porque la espiritualidad no es un don hereditario, sino más bien una riqueza que debemos cultivar. No florece sola, de manera espontánea, aunque algo tenga que ver con los diferentes caracteres de las personas.
También la espiritualidad individual y colectiva muta, evoluciona, halla diferentes formas para manifestarse, de acuerdo con los tiempos, aunque hay raíces y manifestaciones de su presencia que por su arraigo ya forman parte de la cultura cubana.
Por eso no es correcto ni aceptable tratar de utilizar esa espiritualidad que nos caracteriza, y algunos de sus más usuales símbolos, con fines espurios que la manipulen bajo ningún pretexto.
La chabacanería, la violencia, el individualismo o el interés desmedido por lo material, vengan o no con diferentes ropajes de modernidad, nunca podrán hallar asidero ni refugio en esa espiritualidad auténtica a la cual nos referimos
Por ello resulta esencial defender esa riqueza de espíritu, ante cualquier intento de agredirla, tergiversarla, instrumentalizarla. Hay costumbres, tradiciones, creencias populares que entroncan de modo natural con referencias históricas importantes, hitos del conocimiento y la sensibilidad humana en este país, y valores muy acendrados entre nuestra gente.
Trasmitir esa espiritualidad con creatividad y seducción en las diferentes condiciones que imponen los nuevos tiempos nos puede salvar también de cualquier intento oportunista para tratar de aprovechar ese tesoro tan nuestro, en función de malas causas que, en última instancia, atentan contra la propia libertad que hizo nacer y sostiene esa inspiradora cubanía.
Mucho hacen en ese sentido la literatura, el cine, la música, el teatro, como vehículos también para el crecimiento emocional, para que las personas puedan aprender a apreciar la belleza, disfrutarla y compartirla con las demás.
Y no solo las artes nos ofrecen espiritualidad. El deporte, las ciencias, la historia, los viajes, un paisaje, la vida en colectivo, nos permiten aprender a valorar lo que tenemos y a enfrentar cualquier obstáculo que nos imponga la cotidianidad.
Hay infinitos ejemplos de personalidades relevantes de la humanidad y de nuestra propia historia que consiguieron superar grandes contratiempos gracias a esas reservas de lo que nunca nadie nos puede quitar ni tergiversar a su antojo, la espiritualidad.
Esa elevación espiritual de las personas involucra a las familias, las instituciones y la sociedad en su conjunto. Claro, está en manos de cada quien cultivar o no esas potencialidades, abrazar o no como suyas algunas de sus expresiones más tangibles.
Pero ascender espiritualmente descarta también todo uso de tales representaciones culturales para cometer malas acciones, o procurar confundir, dividir, hacer daño, cuando lo que más necesitamos es la unidad, la disciplina y la solidaridad.
Muy buen artículo. Felicitaciones Francisco.