Tras una enrevesada alianza gubernamental que le permitió conservar el poder a duras penas, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sigue en apuros, ahora por una oleada de protestas que además de tornarse cotidianas adquirieron matices violentos.
Los ciudadanos apostados cada fin de semana en las inmediaciones de la residencia de Bibi —como lo llaman sus allegados— y en otros sitios lo acusan de corrupto y reprueban su manejo de la crisis desatada por la pandemia de la COVID-19, cuyo rebrote mantiene en vilo a las autoridades y al personal de salud.
Adicionalmente le reprochan su ineficacia para sortear la debacle económica ligada a la emergencia, cuando los especialistas diagnostican hasta dos mil infecciones diarias por el nuevo coronavirus.
Las manifestaciones en Tel Aviv y Jerusalén transcurren bajo la sombra de la violencia debido al excesivo uso de la fuerza para acallar a sus protagonistas, y por recientes agresiones de grupos de extrema derecha que defienden a ultranza al jefe de Gobierno.
Netanyahu, quien logró mantener las riendas del país pese a las maniobras de sus detractores, intenta guiar el timón de la “unión gubernamental” con el titular de defensa, Benny Gantz.
Tal fórmula de rotación —el exmilitar debe reemplazarlo en el cargo en noviembre del 2021—, fue presuntamente ideada para salvar a la nación de los azotes de la COVID-19.
Sin embargo, las marchas y los plantones, que suben de tono desafiando ataques y detenciones, demuestran el descontento en torno a su gestión y el desmoronamiento de su imagen como político, que deberá enfrentar a la Corte en enero por presuntos delitos de cohecho, fraude y abuso de confianza.
Miles de israelíes rechazan su mandato al frente del Ejecutivo por dichas inculpaciones y piden alternativas para proteger la vida de los ciudadanos.
El veterano primer ministro también es blanco de acusaciones y denuncias en la franja de Gaza y Cisjordania, cuyos habitantes condenan la planeada anexión parcial de esa última demarcación —ocupada por el régimen sionista en 1967—, demandan la conformación de un Estado soberano y la devolución de los territorios arrebatados.
Además, la Autoridad Palestina advirtió que, de llevarse a vías de hecho la programada anexión, en línea con el controversial “acuerdo del siglo” presentado por el presidente estadounidense Donald Trump, podría desatarse una tercera intifada.
Para muchos expertos el panorama está cada vez más enrarecido y esboza un horizonte inquietante. (Con información de PL y RT)