El mundo tiene suficientes recursos para que no haya hambrientos y para que todos los trabajadores gocen de buenas condiciones laborales y de un buen salario. Eso es numéricamente posible. El obstáculo es quién ostenta la propiedad sobre los medios de producción y cómo distribuye la riqueza.
La naturaleza del sistema capitalista, con unos 400 años de existencia, conlleva la concentración del capital. Apela a la competencia como estímulo a la optimización de procesos productivos que no pocas veces conduce al incremento del desempleo y a la precarización laboral.
El capitalismo se reajusta cíclicamente por medio de crisis. La expansión del neoliberalismo es parte del reacomodo para garantizar su permanencia. El economista británico Michael Roberts ubicó a la guerra comercial y tecnológica desatada en el 2019 entre Estados Unidos, China, la Unión Europea, y todo el que pueda competir en esa liga de “mayores”, como el detonante de una nueva recesión global, agravada ahora por la pandemia.
La Cumbre Virtual Mundial de la OIT sobre la COVID-19 fue una vitrina en la que los Estados miembros exhibieron sus respuestas. Solo hablaron de lo bueno, por supuesto, y de metas, muchas de ellas inalcanzables como la Agenda 2030, que se ha propuesto “No dejar a nadie atrás”, mientras el ejército de los desamparados crece.
En ese entorno, el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez dijo: “Años de política neoliberal y de capitalismo salvaje, regidos por los designios del mercado, son la causa más profunda de la grave situación global”. Hubo más 50 oradores ese día pero él fue el único en recordar la deuda enorme del capitalismo con la humanidad.