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Un sencillo recorrido por algunos sitios web cubanos es suficiente para apreciar que la brújula del empresariado apunta con fuerza hacia las exportaciones. En los últimos meses unos cuantos titulares han dado fe de las iniciativas que se promueven para insertar en el mercado internacional mucho más que azúcar, tabaco, níquel y otros conocidos renglones tradicionales.
Puede apreciarse cómo, por ejemplo, es meta reconquistar paladares foráneos con el famoso licor Guayabita del Pinar; engalanar playas españolas con artesanías espirituanas hechas a base de fibras de guano y plátano; o enviar desde Holguín hasta países asiáticos cajas de poliespuma abastecidas de angula, alevín muy cotizado que, tras crecer y convertirse en anguila, hace las delicias en cocinas orientales.
Esos aires emprendedores, que pudieran ilustrarse mucho más, son el resultado de las prioridades que Cuba ha trazado para su economía, en la cual son tareas urgentes el incremento y diversificación de las exportaciones y el aseguramiento de su cobro, para garantizar la entrada de divisas fuertes.
Ahora bien, ¿en todas las empresas se manifiesta por igual la voluntad exportadora que tanto se requiere? ¿Existe en todos los lugares la comprensión de que no solo deben diversificarse los rubros exportables, sino también mantener su productividad y calidad para cumplir con las exigencias del mercado internacional y responder así a las necesidades financieras de Cuba?
¿Hay bríos para salir de la cómoda posición de importar cada insumo, no desde el compromiso verbal, sino desde estrategias empresariales bien pensadas y organizadas? ¿Acaso anida de igual manera en nuestros empresarios y trabajadores un pensamiento creativo e innovador, e incluso perseverante, para no desmayar ante las dificultades que se interponen entre “el querer y el poder” en materia exportadora?
Basta escudriñar un poco las realidades cercanas o echar un vistazo a la lista de producciones físicas incumplidas en algunos territorios para comprender que la recurrente frase “hay que explotar las reservas de eficiencia”, lejos de ser una repetición manida o una exigencia gigantesca, es un reclamo justo nacido de una irrefutable verdad: ¡Aún no se produce todo lo que se puede, aún no se hace todo lo que se debería!
Lógicamente no puede tacharse de la “ecuación” exportadora cubana la “variable” asesina del bloqueo estadounidense que, como guillotina constante, reduce oportunidades, ahoga empeños y multiplica avatares. Sin embargo, hay que “ponerse los pantalones” para, en medio de esas circunstancias, forjar una mentalidad exportadora que dé frutos.
La empresa estatal socialista, como “vientre” en el que se gestan los mayores empeños, debe aprovechar los recursos que tiene a mano, encontrar alternativas de materias primas en la industria nacional, salir a concretar encadenamientos productivos, en fin, ponerles inteligencia, corazón y valentía a los proyectos para que nazcan derechos y fuertes, y se reviertan en ingresos.
“Engordar” el producto interno bruto mediante las exportaciones es una tarea perentoria, pero no ligera. De acuerdo con entendidos en el tema, para que una entidad se inserte en el mercado internacional, ante todo sus directivos deben tener una visión clara del rumbo que llevan y mantener una comunicación efectiva con los trabajadores.
La empresa en su conjunto debe, además, ofrecer una calidad constante en sus producciones, generar confianza en los clientes foráneos, movilizar sus estructuras productivas y organizativas, y saber adaptarse a nuevos escenarios y requerimientos. Exportar de manera exitosa no es faena sencilla. Pero cuando se comienza por consolidar el primer “rubro”, que no es más que la mentalidad exportadora, el resto no se torna tan difícil.
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