Entrado en los umbrales del medio siglo de vida, Bárbaro M. Reyes Mesa, Pango (Matanzas, 1971), es un artista que logró consolidarse dentro del diverso panorama de las artes visuales de Cuba como un creador de interminables posibilidades, cuya pureza pictórica transita entre la figuración o la abstracción, o a través de la conjugación de ambos estilos, para finalmente enfrentar al espectador a un modo de expresión que debemos percibir con los sentidos, como si la metamorfosis del color y la forma derivaran en un particularísimo lenguaje de la (su) pintura.
Evidentemente influenciado por sus estudios en las escuelas Elemental (1989) y Profesional (1996) de Artes Plásticas, amén de los cursos que recibió en fotografía integral y grabado, este último en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana, la producción plástica de este artífice se afianza —en primer lugar— en su irrenunciable interés por escudriñar, experimentar y trascender dentro de la figuración y la abstracción con la premisa de fomentar un arte eminentemente espiritual que intenta entender y exteriorizar una contemporaneidad social materialista y enferma. Su obra deriva en enérgicas alusiones sobre el mundo apocalíptico que le rodea, al que no intenta “juzgar”, sino valorar mediante discursos que, en última instancia, percibimos como gritos esperanzadores.
Para Pango no existe alguna tendencia del arte en particular que lo doblegue; para él hay maneras diferentes de ver o de hacer. De ahí que sus cuadros transitan por narraciones estéticas que pueden ser absolutamente abstraccionistas, figurativas o abstracto-figurativas; en ocasiones valiéndose de estructuras matéricas, collages y ensamblajes, en un arte libre, en el que las pinceladas, las manchas, las líneas… respiran en conjunto, animadas por diferentes voluntades artísticas alejadas de las formas naturales.
Su obra se divide en tres grupos: las figuraciones, las abstracciones y las figuraciones-abstraccionistas, presentadas en una muestra colateral a la XIII Bienal de La Habana en su estudio ubicado en la capitalina barriada de Playa. En todas, prevalece el interés por introducirse en las entrañas de la sociedad insular para, con una visión totalmente introspectiva, trascender al cosmos con iconografías que también tienen que ver con el hombre de hoy, con los problemas inherentes a todas las sociedades, es decir, lo universal de la realidad.
Por tal motivo, el arte de Pango —incluida la abstracción, quizás el más complejo y trascendente— es, ante todo, polisémico y cósmico; en él se exalta la fuerza del color y desembocan además el expresionismo y el informalismo, en un lenguaje visual autónomo, dotado de sus propias significaciones, muy en correspondencia con la teoría del pintor holandés Piet Mondrián (Amersfoort 1872-Nueva York 1944), quien enfatizó que “solo cuando estemos en lo real absoluto el arte no será ya más necesario”.
En una de mis valoraciones críticas en torno a la obra de este creador subrayo que su pintura posee una contundente exaltación simbólica y mística, serena, apacible, pero también, en ocasiones, contorsionada, como si pretendiera que el espectador interpretara el mundo a la manera del artista, con discursos que descansan en tintes planos — áreas de color—, desde una orquestación de intensos colores —rojos, amarillos, azules—, puros o contaminados, en los que los chorreados y los fondos igualmente trabajados acentúan la carga temática de un asunto que generalmente corresponde al espectador descifrar, en ocasiones auxiliado de frases, palabras, caracteres o grafitis insinuadores, en ambientes recreados en tonos que pueden ser oscuros, próximos en valores unos de otros, o brillantes —rojo, amarillo— de los que suelen emerger determinadas figuraciones geométricas.
Pango articula la superficie de sus cuadros como campos visuales en los que discurren el pensamiento estético, el psicoanálisis y el estructuralismo, poniendo en función de sus tesis los volúmenes, la gravedad y el peso de los pigmentos. En sus abstracciones no existen significados manifiestos, sino más bien encontramos, sobre la base de nuestras experiencias individuales, sorpresivas revelaciones de lo inexpresable, donde la imagen se despoja de lo real, del raciocinio existencial, para engendrar imaginarios escenarios del hombre.