Por Eduardo Camín*,
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) inauguró las festividades que marcarán su centenario a lo largo de este año 2019 y dio a conocer las bases del informe que, con el objetivo de medir los desafíos que se avecinan, encomendó hace dos años a una Comisión de Expertos independientes sobre el futuro del trabajo.
Lo que sorprende es la ausencia del mundo real de la informalidad, la fragmentación del empleo y el trabajo no pagado directamente. El informe naufraga en recomendaciones para un mundo que ya no existe, todo resumido en un fondo de emergencia ambiental.
Inicios y presente
Tal vez sea un hecho poco conocido que la OIT nació en Versalles. De hecho, la Conferencia de Paz estableció una Comisión sobre el derecho internacional del trabajo y le ordenó que desarrollara la Constitución de una organización internacional permanente.
El contexto era por entonces importante para dar una respuesta creíble a la “cuestión del trabajo”, aunque el objetivo, apenas velado, fue contener la internacionalización de la revolución comunista de 1917 que parecía instalarse en Alemania.
Un siglo después el contexto es totalmente diferente. Con el fin de medir los desafíos que se avecinan, la OIT encomendó, hace dos años, a una Comisión de Expertos independientes que pensara en el futuro del trabajo.
Copresidida por el mandatario de Sudáfrica Ciryl Ramaphosa y el primer ministro de Suecia Stefan Löfven, la Comisión propone una visión de un programa centrado en las personas, basado en la inversión en las capacidades de los individuos, las instituciones laborales, y en el trabajo decente y sostenible.
El texto es el resultado de un examen realizado por los 27 miembros de la Comisión, entre los cuales se encuentran destacadas personalidades del mundo empresarial, laboral y académico, grupos de reflexión y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales.
La contracara del informe
Aquellos que esperaban una visión ambiciosa se decepcionarán. El genio de cada experto parece haber disminuido, por no decir silenciado, en este trabajo grupal, ya que el punto de partida y el estado de la realidad están ausentes del informe.
Como resultado, el texto flota en la ambigüedad de las buenas intenciones. Si bien la definición de trabajo adoptada por la OIT abarca toda actividad relacionada con la producción de bienes, servicios individuales y colectivos, el texto de la Comisión solo se ha centrado en el trabajo remunerado. Deja por fuera dos universos socioeconómicos importantes: por un lado, trabajo remunerado en otros contextos (independiente e informalidad) y el trabajo que tiene lugar sin (plena) remuneración directa, como sucede con el trabajo doméstico, por ejemplo.
El trabajo doméstico, tan importante en volumen como el trabajo remunerado —la OIT estima en él a 67 millones de personas—, no es abordado realmente por la Comisión, excepto cuando habla del mundo rural en los países en desarrollo. Este silencio tal vez sea menos sorprendente porque esta actividad escapa a los análisis cuantitativos serios del mundo del trabajo.
Las estadísticas de la OIT demuestran que, a nivel mundial, la ganancia salarial es menos de la mitad del trabajo remunerado. Si corresponde al 85 % de los “puestos de trabajo” (en sentido estadístico) en los países de ingresos altos, la proporción recae en el 25 % en los países menos adelantados, donde el servicio público es el principal proveedor de este tipo de trabajo.
El resto es responsabilidad de los trabajadores autónomos y de los miembros de la familia. Incluso si la Comisión pide la ampliación del diálogo social, el aprendizaje permanente, la cobertura universal de la seguridad social, las condiciones de trabajo decente y la garantía de un salario digno para todos, es una brecha abismal en el contexto actual de la locura capitalista.
El 82 % de la riqueza mundial generada durante el 2018 fue a parar a manos de 26 multimillonarios, el 1% más rico de la población mundial; mientras que el 50 % más pobre (3 mil 700 millones de seres humanos) no se benefició lo más mínimo de dicho crecimiento, según el reciente Informe de Oxfam.
En realidad, el informe de los expertos propone la ampliación al mundo de un modelo que se está agotando en la mayoría de los países como resultado de la “uberización” y la fragmentación del trabajo.
Aunque esté plenamente comprendida en la definición de la labor adoptada por la propia OIT, la Comisión del centenario no agota (lejos está de hacerlo) el problema del futuro del trabajo. Destaca además que la inteligencia artificial, la automatización y la robótica darán lugar a una pérdida de empleos, en la medida que las competencias se volverán obsoletas. Sin embargo, muchos son los que piensan que estos mismos avances tecnológicos, junto a la ecologización de las economías, podrían crear millones de empleos, si se aprovechan las nuevas oportunidades.
Este tipo de diálogo social “puede contribuir a que la globalización nos beneficie a todos”, declaró el primer ministro sueco y copresidente de la Comisión Mundial, Stefan Löfven.
“El mundo del trabajo experimenta grandes cambios que crean numerosas oportunidades para más y mejores empleos. Pero los gobiernos, los sindicatos y los empleadores necesitan trabajar juntos a fin de hacer que las economías y los mercados laborales sean más inclusivos”, añadió.
Todo este tufillo de las festividades del centenario de la OIT tiene mucho sabor a conciliación de clases. Cuesta aun admitir, sin tratarnos de trasnochados, que la lucha de clases es un fenómeno que se refiere al eterno conflicto entre los que producen y los que no producen, entre los que sin trabajar se adueñan de la producción y excluyen a los que trabajan. Es la lucha entre explotadores y explotados.
La lucha de clases, es decir, la lucha entre el trabajo y el capital, no es en absoluto un concepto que pertenece al pasado. En un mundo de creciente desigualdad, es una realidad más pertinente que nunca.
Con la victoria del neoliberalismo, los gobiernos han dejado de actuar como mediadores entre el capital y el trabajo para mitigar la desigualdad. Por lo tanto, los sindicatos que todavía solo se basan en la idea de asociación, a menudo son incapaces de librar luchas ofensivas. En el mejor de los casos, luchan por mantener el statu quo y, aun así, la mayoría de las veces no tienen éxito.
Por ello se genera un sentimiento, cuasi necesidad urgente, de que se escuchen otras voces en el 2019 y puedan proporcionar a la organización con sede en Ginebra otros análisis y otras hipótesis de trabajo con el fin de enfrentar el mundo real de la informalidad, la fragmentación del empleo y el trabajo no pagado directamente, todo en un fondo de emergencia ambiental y con justicia social.
[box title=»La Comisión de Expertos de la OIT recomienda garantizar:» box_color=»#f9bf7d»]
-Una garantía universal de empleo que proteja los derechos fundamentales de los trabajadores garantice un salario que permita un nivel de vida digno, horas de trabajo limitadas y lugares de trabajo seguros y saludables.
-Una protección social garantizada desde el nacimiento hasta la vejez que atienda las necesidades de las personas a lo largo de su ciclo de vida.
-Un derecho universal al aprendizaje permanente que permita que las personas se formen, adquieran nuevas competencias y mejoren sus cualificaciones.
-Una gestión del cambio tecnológico que favorezca el trabajo decente, incluso a través de un sistema de gobernanza internacional de las plataformas digitales de trabajo.
-Mayores inversiones en las economías rurales, verdes y del cuidado. -Una agenda transformadora y mensurable a favor de la igualdad de género.
-La reestructuración de los incentivos a las empresas a fin de estimular las inversiones a largo plazo. [/box]
Texto tomado del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
(*) Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Me parece muy atinada la decisión de publicar este artículo de Camín aunque se refiera solo a algunos aspectos de lo que lamentablemente ocurre en la actualidad en el mundo del trabajo en detrimento de los que crean las riquezas.
La OIT cada vez mas forma parte del gobierno hegemónico mundial que el imperio estadounidense pretende imponer a escala global. De hecho en los últimos tiempos el Grupo de los Empresarios en la OIT ha presionado, brutalmente, por incrementar la reducción de los ya disminuidos derechos laborales hasta el punto de reclamar la extinción del determinante derecho de huelga; una muestra de cuanto sus injustas pretensiones han avanzado en este ámbito supuestamente tripartito.
Como se señala en el artículo que publica “Trabajadores”, la OIT surge en oposición al avance de las ideas socialistas lo que explica que después de lo ocurrido en el este europeo, haya estallado el proclamado estado de bienestar desapareciendo múltiples derechos conquistados, en no pocas ocasiones, con cruentas batallas.
El lema con que nació la OIT de que no habrá Paz Social sin Justicia Social, está, en la práctica, cada vez más cuestionado en la OIT actual.