Desde el pasado 24 de septiembre comenzaron las andanzas del V Festival Leo Brouwer de Música de Cámara, evento que en cada edición se afianza como uno de los más sólidos en materia de propuestas musicales.
De lo visto hasta ahora, dos son los momentos ineludibles para quien redacta esta reseña, no porque sean los de mayor calidad, pues eso sería difícil de discernir; sino por novedosos y espectaculares: Humor con clase (sala Avellaneda, 28 de septiembre) y Paco de Lucía en vivo (teatro Karl Marx, 2 de octubre).
El primero de ellos mostró las enormes potencialidades de la música que, como forma sublime del espíritu, se enlaza de manera natural con el humor. Para tal alianza podría bastar una provocación, como la que quizás tuvo Mozart en 1787 al escribir Una broma musical, de la cual Brouwer, junto a la Orquesta de Cámara de La Habana, presentó fragmentos esa noche. En ellos el genio austriaco se burla de los clichés y de las composiciones manidas, males que siempre han existido y existirán.
Pero el programa, además de esta obra y otras en las que participaron Sampling y actores del Centro Promotor del Humor, reservó para su clímax el Concierto para dedo y orquesta, una pieza que Leo escribiera en la década del 60 para el entonces actor humorístico, cantante y bailarín mexicano Alfonso Arau, fundador del Teatro Musical de La Habana.
Cuarenta años después ha sido presentada ante un público ajeno a las vanguardias de entonces que intentaban renovarse a cualquier precio. No obstante, el auditorio conectó de inmediato con el espíritu burlesco de la propuesta en la que un director/ compositor (Leo Brouwer) debe ajustar su obra al pianista excelso (Doimeadiós a lo Beethoven), quien sufre un accidente y solo le queda un dedo para tocar el instrumento.
Cuando todo parece concluido y los músicos se han retirado de la escena, un intruso (el talentoso Jorge Luis Pacheco) se sienta y toca los fragmentos que el bedel (Kike Quiñones) va colocando ante sus ojos. Más allá de la creación puramente musical, el autor juega aquí con viejos dilemas éticos en los que encara lo fatuo a lo joven, a lo revolucionador, a lo verdaderamente talentoso.
El otro concierto revelación fue el de Paco de Lucía, quien luego de un cuarto de siglo sin pisar tierra cubana demostró estar más cerca que nunca. Su guitarra canta, baila, llora, replica, percute, suspira… Pero más que sus habilidades interpretativas (que son muchas) sorprende su música en constante evolución y la maestría del grupo integrado por cuatro Antonios —Flores (cantaor), Sánchez (guitarra), Serrano (armónica) y Fernández (el Farru), bailaor toda elegancia, fuerza y temperamento—, David Maldonado (cantaor), Israel Suárez (percusión) y el bajista cubano Alain Pérez.
Décadas atrás el guitarrista gaditano llevó el cajón peruano al flamenco y ahora parece que nacieron juntos. Hoy son novedad la incorporación de la armónica y el piano con una eficacia y belleza incuestionables. También lo es el coqueteo con el jazz y esa peculiar forma de hacer donde cada instrumento tiene un espacio propio para lucirse e improvisar. Algo así fue el extra que regalaron una vez concluido el concierto, cuando la cerrada ovación los hizo regresar. Tocaron Entre dos aguas, antológica rumba del repertorio de Paco, esta vez matizada por el cubanísimo bajo de Alain, quien introdujo “sandungueras” frases musicales del conocido tema Por encima del nivel, de Van Van, ante un público que le siguió con las palmas y un Juan Formell que, desde la platea, sonreía orgulloso y emocionado.