El 2 de diciembre de 1956 se produjo el desembarco de los expedicionarios del yate Granma, con lo que comenzó una nueva etapa en el combate revolucionario en Cuba; lo cual no significa que se tratara solo de acciones militares, pues fue necesario sostener políticas de principios, como parte de la estrategia, la ética y el programa de la Revolución. En el fragor de aquellos años, hubo momentos en los cuales se hizo imprescindible fijar posiciones acerca de algunos asuntos medulares, entre ellos la soberanía de Cuba cuando era práctica de las élites políticas mirar al vecino del Norte desde la subordinación neocolonial.
El 28 de julio de 1957, durante el proceso de consolidación la guerrilla en la Sierra Maestra, se emitió un documento conocido como Manifiesto de la Sierra. Este Manifiesto fue firmado por Fidel Castro, junto a Raúl Chibás y Felipe Pazos, figuras que tenían importancia en la oposición política de entonces, uno dentro del liderazgo del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) y el otro con la aureola de su desempeño como presidente fundador del Banco Nacional de Cuba durante el Gobierno depuesto por el golpe de Estado de 1952. Era un pacto político que llegaba hasta donde se podía lograr con aquellas figuras alejadas de posiciones radicales.
En el contenido del documento suscrito en la Sierra Maestra se planteó el propósito de la designación de un presidente por parte del Conjunto de Instituciones Cívicas para un gobierno provisional, se reclamaba la renuncia del dictador, entre las cuestiones que fijaba; sin embargo, hubo un asunto de gran importancia para la nación cubana: se afirmó que el Frente Cívico Revolucionario no invocaba ni aceptaba mediación e intervención alguna de otra nación de los asuntos internos de Cuba, al tiempo que pedía al gobierno de los Estados Unidos la suspensión de los envíos de armas a Cuba mientras perdurara el régimen de terror. Para evaluar tal planteamiento hay que tener en cuenta la experiencia histórica de la Isla.
Durante el proceso revolucionario de los años treinta, la llamada “mediación” del embajador estadounidense de entonces, Benjamin Sumner Welles, había sido un factor importante en el rejuego contra las fuerzas revolucionarias, asunto que podía repetirse en la nueva coyuntura. Justamente en julio de 1957 había llegado un nuevo embajador norteño a Cuba, Earl E. T. Smith, en quien no pocos de los políticos tradicionales pusieron esperanzas de búsqueda de solución a la situación revolucionaria que se vivía. En tal contexto, la declaración desde la Sierra cobraba un alto significado pues, aunque no se mencionara país alguno, resultaba evidente a quien se refería al mencionar intervención o mediación en Cuba.
El Manifiesto de la Sierra Maestra fue el antecedente de una situación que se produjo a fin de año y que marcó una toma de posición muy clara. En octubre, en Miami se reunió la representación de un grupo de organizaciones opositoras a Batista y el 1º de noviembre firmaron un pacto denominado de unidad, donde apareció la firma del Movimiento 26 de Julio sin que esto hubiera sido autorizado por la dirección nacional. El contenido del documento obviaba algunos de los aspectos presentes en el Manifiesto de la Sierra y establecía la creación de una Junta de Liberación que pretendía asumir la dirección de los acontecimientos en Cuba, desde el exterior. Ante el Pacto de Miami, Fidel se pronunció denunciando sus inconsecuencias.
En carta de 14 de diciembre de 1957, destinada a los dirigentes de las organizaciones firmantes en Miami, el líder revolucionario aclara que el Movimiento 265 de Julio no designó a nadie para aquella negociación, ni lo autorizó; por lo que no había compromiso alguno con lo allí acordado; no obstante, lo más importante es la consideración de que lo acordado en aquella reunión “compromete la conducta futura del Movimiento, sin que se haya tenido siquiera la delicadeza, si no ya la obligación elemental, de consultar a sus dirigentes y combatientes”, lo que resultaba indignante e hiriente,[1] A continuación de estas consideraciones, Fidel planteó que las bases de unidad del documento en cuestión alteraban los planteamientos suscritos en la Sierra Maestra, lo que pasó a argumentar.
Una cuestión clave en aquella diferencia radicó en lo que el líder de la Revolución planteó como principio básico: “lo importante para la Revolución no es la unidad en sí, sino las bases de dicha unidad, la forma en que se viabilice y las intenciones patrióticas que la animen.”, a partir de tales principios, pasaba a fijar posición: “jamás aceptaremos el sacrificio de ciertos principios que son cardinales a nuestro modo de concebir la Revolución cubana” y que se habían plasmado en el Manifiesto de la Sierra.
Cuando Fidel pasó a considerar los contenidos comprendidos en esa apreciación, comenzó por el siguiente: “Suprimir en el documento de unidad la declaración expresa de que se rechace todo tipo de intervención extranjera en los asuntos internos de Cuba es de una evidente tibieza patriótica y una cobardía que se denuncia por sí sola.” En la carta, aclaraba que se trataba de ser contrarios a toda intervención a favor de la Revolución o a favor de la dictadura enviando aviones y armas con las que se sostenía en el poder. Si bien Fidel no mencionaba a ningún país específico, estaba retratando a los Estados Unidos.
El Comandante decía en su argumentación que se trataba de un problema de soberanía y hasta de un principio que afectaba a los pueblos de América. Luego de plantear con toda claridad la posición del Movimiento, pasó a formular preguntas que asumían la esencia del problema:
(…) ¿Es que vamos a ser tan cobardes que no vayamos a demandar siquiera la no intervención a favor de Batista? ¿O tan insinceros que la estemos solicitando bajo cuerda para que nos saque las castañas del fuego? ¿O tan mediocres que no nos atrevamos a pronunciar una palabra a ese respecto? ¿Cómo entonces, titularnos revolucionarios y suscribir un documento de unidad con ínfulas de acontecimiento histórico? (…)
Fidel continuó analizando las diferentes partes y argumentando su no aceptación, desde la posición de principios. El Che, al recibir la copia de la carta de rechazo al Pacto de Miami, escribió a Fidel diciendo que su contenido era de la categoría, por lo menos, del Manifiesto de Montecristi y que, si bien podía provocar en aquel momento algunas retracciones, como decía Lenin “la política de principios es la mejor política. El resultado final será magnífico.”[2] Era una justa valoración de aquel documento.
El líder revolucionario que había fijado posición desde los principios, que defendía la soberanía de la patria, aun desde las difíciles condiciones de la guerra en 1957, terminó la histórica carta con una expresión lapidaria: “Que para caer con dignidad no hace falta compañía.”
[1] Todas las citas de este documento están tomadas de su reproducción por Ernesto Guevara en el trabajo “Un año de lucha armada” en Ernesto Che Guevara. Escritos y discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, T 2, pp. 207-224.
[2] Ibíd., p. 304.
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Profesora titular