Con la creación del Grupo Teatro Escambray hace medio siglo el teatro cubano encuentra una identidad nueva, una vinculación única y propia con el pueblo, logran reflejar la realidad, tratan de explicarla y también buscan las herramientas para transformarla.
Al dejar escrita en su diario el 6 de noviembre de 1968, la palabra Partimos, Sergio Corrieri dejaba abierto el futuro, que tiene ya 50 años. Se iniciaba la obra, que en aquel entonces sería una aventura que llegó a gestar otra ética teatral y otras fórmulas artísticas.
Se fundaba el Grupo Teatro Escambray, en medio de un panorama convulso y ante una sociedad que tenía un discurso que debía expresarse desde un teatro nuevo.
Así, solo así, desde las más inesperadas e inconcebibles circunstancias, se concibió aquel proyecto que brotó como un sueño, y que se hizo realidad ante la necesidad de reflejar una realidad nueva, forjar un público y rehacer la forma de hacer en las tablas para exponer las transformaciones que se evidenciaban con el desarrollo de la Revolución.
Junto a Corriere partieron, Gilda Hernández, su madre, Carlos Pérez Peña, entre otros. Era una docena de actores que decidieron conquistar el horizonte, esa desconocida línea imaginaria que está más allá de lo pensado.
Llegaron a uno de los parajes más intrincados de la geografía cubana marcado por la lucha contra bandidos, los prejuicios religiosos y la acción específica de los Testigos de Jehová, las consecuencias de la Reforma Agraria y el desarrollo cooperativo, no siempre bien entendidos, pero dejaron siempre plasmado en sus creaciones que el ser humano sería lo más importante.
El teatro cubano alzaba vuelo… Traspasaba la escena citadina. Se gestaba esta vez de forma insólita desde el campo. Eran los campesinos de la zona del Escambray, en Las Villas, los testigos y protagonistas de aquella empresa artística que hizo mucho mejor a los artistas quienes descubrían la cultura, las costumbres y tradiciones del campo cubano y renovaba a los pobladores, quienes muchos de ellos se volvían artistas. Fue sin dudas una toma y una daca.
El público era el portador de las temáticas, el lenguaje, los conflictos, aquello trascendente que debía tratarse en sus obras. Del diálogo, de la participación y la interacción con la propia comunidad y de la objetividad y calidad artística, dependía el éxito, ese que conquistaron más allá de las fronteras del Escambray, que traspasó la nación porque convirtieron lo local en problemática universal.
Nacieron de aquel contacto investigativo obras memorables como El juicio, de Gilda Hernández y Sergio Corrieri, La vitrina, El paraíso recobrado, ambas del dramaturgo Albio Paz, Ramona, La Emboscada, Los novios , Molinos de viento, estas del escritor Roberto Orihuela y Accidente, de Rafael González, su actual director.
Varias generaciones de actores han pasado por este grupo emblemático, el que al romper con la tradición del teatro y en ello encontró una forma excepcional de comunicación, vinculado con una utilidad y función social del teatro.