José Llamos Camejo
En silencio, presa de la inmovilidad derivada del incidente fatídico, la adolescente no percibió la proximidad del ser que obraría el milagro.
El rostro desencajado, su piel macilenta, el cuerpo menudo sin otra movilidad que las convulsiones, y las manchas húmedas y copiosas que le enrojecían el vestuario, presagiaban una tragedia peor. Thi Huong todavía no sabe qué mecanismo le permitió caminar hasta el sitio donde su salvador la encontró en condiciones físicas tan deplorables.
Los sentidos habían abandonado el cuerpo de la muchacha, espantados por el estallido descomunal que puso en alerta a los primeros ministros de Cuba y Vietnam, Fidel Castro y Pham Van Dong, quienes se aproximaban al sitio en el instante fatal.
Huong acababa de cumplir 17 años y llevaba tres meses incorporada a una brigada de jóvenes dedicados a liberar el terreno de las minas diseminadas por el ejército estadounidense, en su natal Vinh Linh. Llegaba al campo antes de que el sol absorbiera el rocío; le divertía el centellear de las gotas sobre las espigas doradas que apuntaban al cielo desde los arrozales.
Todo iba bien hasta la tarde infausta. “Salí con instrucciones de rellenar los cráteres abiertos por las bombas norteamericanas en un campo de arroz adyacente a la carretera”.
A partir de que la azada de Huong rozó el artefacto y se produjo la explosión, la comitiva de Fidel y Pham Van Dong avanzó con cautela; se movían hacia el mismo rumbo de donde se había escuchado el estallido. Thi Huong, mientras tanto, franqueó sin saber cómo las decenas de metros que separan al arrozal de la carretera, y quedó allí, tumbada en un flanco del peligroso sendero.
Cuando empezó a abrir los ojos el mundo giraba a su alrededor. Lo único que no confundía era la crueldad del dolor que la desgarraba. Pero aún en ese estado logró notar cerquita de ella a un hombre barbudo, de estatura inusual y facciones occidentales. Una humanidad paternal le llegaba en la voz del desconocido, mientras la trasladaban al vehículo. Era Fidel.
Así la adolescente anamita encontró a su “segundo padre”. El que la engendró, un luchador contra la invasión extranjera en su natal Vinh Linh, había muerto; al que intentaba salvarla, un insurgente contra todas las injusticias del mundo, acababa de verlo. Mas, aquel sería el primer y único encuentro cercano entre Huong y el jefe de la Revolución cubana.
Uno de los médicos que integraban la caravana, el doctor Ariel Soler Silva, aclara que había otros tres lesionados, todos muy jóvenes. Fue Ariel, por encargo del líder cubano, quien asistió a los heridos. “Quédate, resuelve estos casos, luego mando a buscarte”, le indicó Fidel al galeno, que con una rodilla afincada en la tierra, auscultaba a una de las víctimas.
“Entre ellos había uno con un fragmento de metralla alojado en la rótula; los otros dos tenían los cuerpos llenos de esquirlas, que no habían penetrado en profundidad, pero les causaban mucho dolor. A esos les inyecté morfina para aliviarlos”, recuerda Soler.
La muchacha regresó a la inconsciencia, y en ese estado lo ignoraba todo: su abdomen agujereado, su aorta lastimada, la sangre que manaba por las 11 perforaciones que, según el doctor Ariel, encontraron en su cuerpo menudo.
“Estaba grave, con un cuadro de hipotensión y mucha pérdida de sangre”, continúa relatando Soler Silva; “le canalicé la vena —a pesar de lo difícil que resulta realizar ese procedimiento en un paciente en estado de shock—, y le puse un suero para aumentarle el volumen de la presión”.
Ahí mismo la caravana quedó sin ambulancia, porque Fidel la cedió para trasladar a los heridos, añade. Para Soler Silva aquel gesto retrata el alma del líder cubano. El terreno estaba infestado de minas; en cualquier parte y en el momento menos esperado podía estallar una. “La ambulancia era vital en esas circunstancias, y sin embargo, Fidel prescindió de ella, y la puso a disposición de la asistencia a los jóvenes heridos”.
La ambulancia partió con los lesionados y el médico cubano, y el Comandante quedó en el sitio, golpeado por el drama tremendo, que al día siguiente denunciaría: “¿Cómo se puede justificar semejante crimen? ¿Cómo se puede explicar desde ningún ángulo, desde ningún aspecto, que se rieguen los campos de un país, de minas mortales?”.
Ariel Soler no pudo presenciar la emotiva reacción del líder cubano después de que el carro partió llevándose a los heridos. Pero Nguyen Manh Thoa jamás olvidará aquel instante: “Entonces sobrevino una de las escenas más conmovedoras que he presenciado en mi vida”, recuerda quien fue encargado de proteger en Quang Tri al único mandatario extranjero que llegó a esa región recién liberada del sur vietnamita.
En el drama de Huong afloraba el dolor de Vietnam. Aquella tarde, en aquella orilla del mundo, ese dolor recaló en el pecho del Comandante, en el pecho de Cuba. Aquel dolor humedeció las mejillas de la isla antillana.
—Fidel lloró— asegura Manh Thoa.
–¿Usted lo vio?
– Con mis propios ojos. Él sacó un pañuelo y secó sus lágrimas.
–Y usted, ¿qué hizo?
-Admirarlo, sólo eso.
Contra la lógica y los pronósticos, la paciente evolucionó bien y rápido. Días después, una mañana la sorprendieron con un paquete: “No podía creerlo, pero estaba destinado a mí; lo enviaba el Comandante desde Cuba, y contenía vitaminas y medicamentos. Yo recuerdo que la gente celebró ese gesto con gran emoción.
“Luego, en 1997 presenté algunos problemas de salud, él lo supo y me cursó una invitación para viajar a Cuba a recibir tratamiento médico; no pude acudir, mi hija menor estaba muy pequeña”, me dice, y deja escapar un suspiro.
En familia
Así está Fidel en la casa de Huong, en Dong Ha. En el centro de un altar pequeño en tamaño, e inmenso en significado, la foto del líder cubano lleva una cinta negra adherida al extremo superior izquierdo. La imagen tiene detrás un árbol artificial que invoca la primavera, el renacimiento. En el frente hay dos vasos para las flores y las varillas de incienso que Huong le dedica todos los meses.
Ella escogió ese sitio para el altar porque es ahí donde conversa con su familia; y “el Comandante es parte de mi familia; gracias a él no me fui de este mundo. Si estoy aquí se lo debo a Fidel; mire usted, pero él se fue, y yo… quedé huérfana por segunda vez. Sueño con ir a su tumba antes de morir, para despedirme del Comandante.
Quisiera sugerir que todas aquellas personas que pafrasean Yo soy Fidel indaguen sobre la vida del Comandante y vean si realmente se pueden comparar con él ,que es inigualable , uníco e irrepetible y que aún está muy lejos la persona que se pueda siquiera parecer a él.
EXcelente trabajo, felicito al autor y a Trabajadores por publicarlo
Soy un Hombre de 56 años y admito acá en este instante ,leyendo este articulo han saltado las lagrimas a mis ojos ,conmovedora escena llena de sentimiento y humanidad, por ello Fidel trasciende en la historia y mas allá ,su grandeza es infinita en Bondad . único e inigualable.
Hasta siempre.
Ese homenaje es mas que un agradecimiento, es la grandeza y la esencia de VIETNAM.
Un saludo fraterno