Para muchos trabajadores estatales, no importa la categoría ocupacional en la que se desempeñen, viajar de una provincia a otra en funciones laborales resulta una cuestión habitual.
Quienes pasan por esta experiencia haciendo uso del servicio de transportación por ómnibus se enfrentan a una travesía que cada día se complejiza sobremanera, con un saldo económico que lastra aún más el ya menguado bolsillo de los que viven del salario mensual.
De un tiempo a esta parte es común que la mayoría de los choferes de las Yutong, sin consulta previa con ninguno de los viajeros, estacionen frente a restaurantes particulares, sometiendo a los pasajeros a una disyuntiva bien difícil de sortear cuando el reloj biológico suena insistentemente en los horarios de almuerzo y comida: o lo tomas o lo dejas.
Personalmente viví esa experiencia en un viaje reciente. Mi ida y regreso Santiago de Cuba-Villa Clara fue una copia fiel del original en cuanto a la opción de alimentarse. Los mismos paladares, uno de ellos incluso fuera de la ruta de la carretera central, e idéntico argumento de los choferes: “Aquí es mejor, las ofertas del Estado no valen la pena”.
Obligados por la circunstancia no queda otra opción que llegarse al lugar y ver con tristeza, en el caso de aquellos que viajamos ajustados a una dieta, que los precios de las “completas” duplican los 15 pesos asignados.
Lo que sucede después es una especie de magia que conlleva bien a limitar el consumo, bien a erogar dinero del bolsillo.
En este punto de la historia sobrevienen muchas interrogantes, ¿por qué los conductores de las Yutong casi siempre detienen la marcha a las puertas de los cuentapropistas? ¿Cuándo restaurantes y cafeterías estatales mejorarán la atención y la calidad de las ofertas destinadas al viajero de carretera? ¿Cuánto tiempo más permanecerán inamovibles los montos de las dietas de desayuno, almuerzo y comida en las entidades cubanas que operan en moneda nacional?
Las respuestas transitan por senderos diversos en los cuales salta a la vista la necesidad de cambiar aquellas cuestiones que hacen tortuoso, incómodo y económicamente complicado para los trabajadores estatales el viajar en ómnibus nacionales.
Algunas soluciones a este problema pueden ser rápidas y efectivas si en verdad está presente la voluntad común de los implicados.
No se trata de prohibir, sino de buscar un equilibrio a la hora de detener la guagua, de manera tal que el acceso a las opciones estatales o por cuenta propia no sean obligación sino elección del viajero.
Igual le corresponde a las instancias de Gastronomía sacudirse el marasmo que suele acompañarles para que variedad, calidad y distinción de sus ofertas estén a tono con aquellas que ponen a disposición de los clientes los no estatales.
Lo otro que resta es el incremento de la cuantía de las dietas para alimentación, obsoletas a la luz de estos días en que, ni siquiera por la vía estatal, aparecen opciones dignas para el monto aprobado.
Ojalá los caminos que lleven a la concreción de estas aspiraciones se tornen expeditos para viajar seguros en todos los órdenes.
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.