Como parte de los homenajes por el aniversario 80 del emblemático pintor y escultor José Delarra (José Ramón de Lázaro Bencomo, San Antonio de los Baños, 26 de abril de 1938-La Habana, 26 de agosto del 2003), recientemente fue clausurada en el Museo de Arte Colonial, en la Plaza de la Catedral, La Habana Vieja, la exposición Yo soy un escultor que pinta, inaugurada el pasado 6 de abril con una veintena de dibujos (tinta sobre cartulina), por vez primera mostrados al público por sus hijos, los también creadores de la plástica Isis y Leo D’ Lázaro, y la colega Flor de Paz, principales veladores del legado artístico de este gran hombre que mereció el Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Sería imperdonable no rememorar, a través de estas líneas, al también dirigente sindical, al maestro de maestros, al director de la Academia de Artes San Alejandro, quien legó a la cultura, tanto nacional como universal, más de 130 obras monumentales, entre estas el Conjunto Escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, en Villa Clara; los monumentos al Héroe Nacional José Martí, en México; a las víctimas de Nagasaki, en Japón; y al internacionalismo, en Angola; además de la Plaza de la Patria, en Bayamo; la Plaza de la Revolución, de Holguín; y muchos otros.
Entre las actividades, fundamentalmente organizadas por sus jóvenes descendientes encaminadas a reivindicar la figura de Delarra, también hubo un panel sobre su vida y su obra, realizado el mismo día de su aniversario, entre los alumnos de la Academia San Alejandro, como parte de los 200 años de esa institución que lo proclamó director (1967-1968), por su probada calidad como pintor, escultor, grabador y dibujante. Loable iniciativa nunca antes efectuada allí y que de algún modo coadyuvará a que las nuevas generaciones comiencen a valorar mejor el real y grandioso legado de quien asimismo consagró infinidad de horas de insomnio a la fundación del Taller de Litografía, actualmente Taller Experimental de Gráfica de La Habana, destacadísima labor que incluso no es observada en la mayoría de los estudios y escritos relacionados con ese centro.
Injusta paradoja. Delarra, el incuestionable artista, el cubano afable y enteramente comprometido con la causa de la Revolución cubana, ha sido ignorado en la mayoría de los libros, ensayos, conferencias y estudios sobre arte cubano contemporáneo. Ante esas inconcebibles circunstancias el también prolífico ceramista sostuvo su creación con la más solemne dignidad ética. Se consideraba “el tipo equivocado, pues soy un político que se dedicó al arte”. Igualmente olvidado fue por quienes tuvieron en sus manos decidir, durante varios años, que se le entregara el merecidísimo Premio Nacional de Artes Plásticas, el cual debió honrarlo en vida. Y con esa particular modestia que lo caracterizaba me dijo unos meses antes de morir: “Tal vez aún no lo merezco”.
Para algunos, la trayectoria de Delarra se resume en el calificativo de que fue un cronista de la Revolución cubana. Sin menospreciar semejante honor para cualquier artista, pienso que esa frase no está completa y elude el magisterio que caracterizó la obra toda de quien trabajó sus esculturas casi al punto de la perfección hiperrealista, lo cual, por sí solo constituye una envidiable cualidad. Ni siquiera en el Museo Nacional de Bellas Artes existe una sola pieza —ni en pintura, dibujo, escultura o cerámica— de Delarra.
Evidentemente desinteresado por las corrientes y los “ismos” postmodernistas, su desempeño intelectual fue inadvertido por quienes no supieron apreciar la profundidad de sus discursos de la plástica, en los que, como pocos, conjugó los valores históricos, sociales, culturales y artísticos en cada una de sus obras.
De entre sus más de mil 500 pinturas al óleo, tinta o acrílico, se encuentran las seleccionadas por sus hijos para conformar la exposición Yo soy un escultor que pinta, transparencias acuosas de pequeños formatos mediante las cuales recrea edificios coloniales, así como sus recurrentes alusiones figurativo-abstraccionistas sobre la figura de la mujer, amén del caballo y el gallo —emblemas de cubanidad—, y diversos símbolos afrocubanos.
Quizás, a partir de esta movida (asumida casi enteramente por el esfuerzo de su familia) en torno a este imprescindible nombre de la historia del arte insular, las instituciones encargadas de tal fin comiencen a promover más y mejor la extraordinaria herencia que dejó a su pueblo y a nuestra cultura. Mucho queda aún por conocer y estudiar sobre la obra y la vida de José Delarra.
!Muchas gracias Rivas, por no escatimar en esfuerzos para hacerle justicia a José Delarra!
Sinceramente hay muy poca difusión de su obra,obra que es de altísima calidad y cantidad. Será por politica o por estupidez?