Recién concluida la Semana de la Moda en La Habana (SMH), que acertadamente tuvo como escenario al Antiguo Almacén de la Madera y el Tabaco, el pasado sábado terminó, en el Museo Nacional de Bellas Artes, otro remix de Arte y Moda, evento que desde el año 2003 se organiza para disfrute de los vestuarios recreados a partir de obras de reconocidos artífices de la plástica nacional.
Hace unos días me referí a los aciertos y satisfacciones de la SMH. Ahora pretendo reflexionar sobre ciertos aspectos técnicos y estéticos de esta bien acogida cita, en la que algunos de los participantes desatendieron su convocatoria con fantasiosas propuestas que inútilmente tienden a confundirse con los diseños que se exhiben en Arte y Moda, dos programas muy diferentes.
La SMH se realiza cada año por la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (Acaa), con el fin de promover la moda cubana. Entre sus requerimientos de obligatorio cumplimiento se advierte que los desfiles de vestuarios deben de tener carácter utilitario, y evitar propuestas de fantasía; en tanto mostrar “las tendencias que nos propone cada diseñador, para el próximo año, en las que se evidencie la creatividad y el sello personal del artista”.
La inobservancia de esa premisa ocasionó el peor de los desajustes en la tercera edición de la SMH. Varios diseñadores expusieron atuendos demasiado presuntuosos, extravagantes e impropios para nuestro clima, cultura e idiosincrasia insular, y que difícilmente algún cubano se atrevería a usar. Por suerte, esas raras ideas sobre el vestir nacional, que escaparon a las exigencias de un excelente trabajo curatorial, fueron contrarrestadas con los proyectos de otros artífices —la mayoría—, que enaltecieron el buen gusto y estimularon, sobre todo entre los jóvenes, el interés por sugerentes indumentarias, a tono con las preferencias del Caribe.
Inadecuado fue el diseño de luces, que parecía pensado más para una discoteca que para las demandas de este tipo de desfiles, en los cuales debe prevalecer la luz blanca con el objetivo de que el público pueda apreciar los colores y los detalles de las costuras, que se entorpecen con determinados matices lumínicos. No se trata de obstaculizar la creación artística a través de un recurso que pudiera usarse al final de las exhibiciones, en los intermedios o en la presentación de cantantes o cuerpos de baile como complemento del espectáculo.
Esto último tal vez sería beneficioso para la SMH, como una cita que proporcione cultura, gustos y entretenimiento, pero contra ello conspira la cantidad de diseñadores que en cada jornada presentan sus trabajos —en una sola noche fueron 13—, dilatándose mucho el evento, el cual asimismo contó con una pasarela excesivamente alta que dificultó a los asistentes la eficaz evaluación de los trajes. Mejor hubiese sido instalar una plataforma más baja o hacer el desfile sobre el piso como internacionalmente se hace en la actualidad.
Notas aparte el tema de la música, seleccionada de forma arbitraria por cada exponente, lo que originó desbalance en la integralidad de la puesta en escena.
Las pasarelas de modas —cuya génesis se remonta a las décadas finales del siglo XIX— inicialmente estuvieron relacionadas con el teatro y germinaron al mismo tiempo que el cine. Press Week, efectuada en 1943 en Nueva York, fue la primera semana de la moda de la historia, creada para alejar la atención de los norteamericanos de la moda francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, estos eventos se convirtieron en un millonario negocio centrado en París, Londres, Nueva York y Milán.
En Cuba, gracias al esfuerzo del Estado, y de directivos y artistas de la Acaa y del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC), dichos espectáculos se realizan sin intención de lucro. Tampoco forman parte de negocio alguno. A partir del año 2015, la SMH pasó a integrarse a importantes encuentros de este tipo, como Habana Moda, de la Industria Ligera; y Exuberarte, del FCBC en la provincia de Santa Clara, con diseños de reconocidos artistas, cuyos desfiles para cada diseñador no sobrepasan los 20 minutos, la media internacional.
Estas exhibiciones pretenden, en lo fundamental, incentivar el uso de vestuarios especialmente ideados para los cubanos, y de tal modo lograr que estos atavíos adquieran relevancia ante las propuestas que se comercializan en las tiendas del Comercio Interior y entre los cuentapropistas, los que promueven diseños pensados para los públicos de Europa y Norteamérica.
Los organizadores de la SMH debieran invitar a directivos y diseñadores del Comercio Interior con el propósito de que valoren los proyectos que se muestran en el evento y consigan venderlos en las tiendas del país, y no solamente a través del FCBC.
La loable intención de la Acaa, al prever la SMH, se adecua a nuestra coyuntura económica. Es por eso que no podemos aspirar al andamiaje que sustenta a las grandes pasarelas del mundo. Sin embargo, es posible asumirlas con austeridad, eficaz planificación y con una rigurosa selección de las ropas que se muestran. No podemos hacer costosos desfiles; pero sí presentar colecciones prêt-àporter (en francés “listo para llevar”), frase nacida en 1949 tras el ajuste de la moda a la nueva cultura de masas. Para ello existe un valioso potencial artístico. Quizás se logre con similares inversiones, mejor concebidas, a las que se hicieron en la última SMH que, según su programa de mano, contó con el apoyo de cerca de 20 entidades.
El asunto requiere de organización, buen gusto, exigencia e ideas novedosas que permitan crear un gran espectáculo visual que, incluso, valiera la pena grabar para su posterior exhibición televisiva. Con tal fin, la estructura de los desfiles —con menos expositores—, pudiera contar con efectos de playbacks, luces y una adecuada discografía seleccionada del amplio pentagrama musical cubano, en una suerte de fashion show, con bailes, canciones en vivo y justificados performances que harían vibrar al público.