Junto con Josué País García y Salvador Pascual Salcedo, el 30 de junio de 1957 Floro Bistel Somodevilla se dispuso a demostrar a los politiqueros batistianos que los revolucionarios no permanecían encuevados ni eran cobardes. En ese empeño resultó asesinado, junto con aquellos dos, en las calles de su natal Santiago de Cuba.
Trabajadores se acercó a su hermano José Manuel —este aclaró que su apellido se escribe con B y no con V, como normalmente aparece—, quien señaló que Floro nació el 28 de mayo de 1934, e indicó:
“Fue un muchacho como otro cualquiera. Éramos una familia pobre; mamá era costurera y papá mecánico-chofer, pero trabajaba la albañilería, la plomería y cuanto se le presentara. Vivíamos en la casa de mi abuela, en Enramada No. 1020, entre 1.ra y 2.da, en el reparto Santa Bárbara. Floro estudió en la escuela 33 de calle C, de ese barrio, pero pienso que no llegó a terminar el sexto grado. Le encantaba la pelota y en época de carnavales se disfrazaba e iba a la conga de Alto Pino, de Aguilera y Madre Vieja. Era de fuerte carácter.
“En un matrimonio anterior, nuestro padre tuvo tres hijos: Juan Manuel, Lourdes e Hilda; los hermanos nos llevábamos muy bien, no así nuestras respectivas madres. Floro se unió mucho a Juan Manuel, con quien desde muy niño trabajó en un almacén vendiendo refrescos y galletas”.
Recuerda que el padre fabricó una casa en la calle Pedrera, pero Floro se quedó con la abuela y a partir de entonces estrechó sus relaciones con Lourdes e Hilda, así como con María, la madre de estas.
Incorporación a los grupos revolucionarios
“El 30 de noviembre de 1956, un camión que estaba cargando gente para el alzamiento de ese día, llegó a Cayo y 3.ra y alguien le dijo: “Floro, mira, contra los guardias de Batista’; él se montó y fue para el Instituto de Segunda Enseñanza. Según he leído, allí se unió al grupo de Léster Rodríguez y Josué, que debía disparar con un cañón contra el cuartel Moncada, lo cual se malogró porque Léster fue detenido el día antes”.
Fracasado el levantamiento, Floro pudo escapar, mas “pasados dos o tres días en mi casa se presentó un oficial del ejército, vecino nuestro desde que éramos chiquiticos, y le dijo a papá que si le entregaba a Floro, se lo devolvería al día siguiente, pues tenía orden de cogerlo vivo o muerto. Papá se volvió como loco y salimos a buscarlo, él por un lado y yo por otro.
“Yo sabía más o menos por donde él se movía, y a las siete de la noche lo encontré. Le dije que “la casa de María estaba rodeada y decía papá que se entregara. Mi respondió: ‘¡No hombre, no!. Dile que no’. Le expliqué que él se había comprometido con aquel hombre y las garantías que este le había ofrecido. Empezó a llorar y le aconsejé: Mi hermano, es mejor, porque a la gente la están matando fácil, y este hombre te conoce desde chiquitico, y dio garantías.
“Fuimos a casa de Luis Arrate, guardamos la pistola y volvimos.
Todo estaba lleno de militares. Pasamos por Aguilera y al llegar a Heredia los guardias se abalanzaron sobre él, pero el referido oficial, allí presente, los detuvo. Se acercó y le dijo: ‘Florito, tengo orden de detenerte’, y él preguntó: ‘Yo no sé porqué me van… ¿preso por qué?’ Le respondió: ‘Por tu participación del 30. Tenemos la denuncia de que te vestiste en tal lugar, tenemos esto, lo otro….
“Floro le explicó: ‘Yo le digo a usted que no estuve en nada’, y el otro aseguró a nuestro padre que si era así al día siguiente estaba en la calle. Así fue, un día después, entre la diez 10 u 11 de la mañana, llegó un camión Fargo de volteo, con guardias encima y entre ellos Floro. Lo bajaron en Pedrera y Heredia, pero de inmediato quienes lo llevaban lo subieron nuevamente y permaneció preso hasta el juicio, en el cual todos salieron absueltos. Después de eso pasó a la clandestinidad, directamente con la gente de Frank.
“En una ocasión en que nuestro padre se enteró de la muerte de un esbirro, temeroso de que detuvieran a Floro lo localizó y nos fuimos a trabajar a la finca Santa Úrsula, a 10 kilómetros de Jiguaní, a construir unos bebederos para reses. Dormíamos en un barracón, en hamacas: papá junto a la puerta, yo a su lado y Floro al final. Este le decía: ‘Papi, yo tengo un compromiso allá, tengo que estar en Santiago en tal fecha’, y él le respondía: ‘Tú vas para Santiago cuando vayamos todos, porque hay que terminar los bebederos para cobrar’.
“Una noche Floro me pidió: ‘Me hace falta cambiar de hamaca’. Así lo hicimos y el viejo no se dio cuenta. Por la mañana, alguien le informó al hijo del dueño de la finca que en La Palma, cerca de Jiguaní, había amarrado un caballo de allí: mi hermano se había escapado. No volví a verlo vivo”.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.