Contar historias y conversar es el hobby preferido de Elio Menéndez, un periodista que a sus 83 años es capaz de darle una lección de ética periodística al más novato con un cuento de diablos, diabluras y ollas calientes.
Este jueves lo hizo al recibir la Medalla Conmemorativa 50 años de la UPEC. Se sentó en la silla, recordó a sus maestros, a sus colegas de redacción, no de Universidad, y comenzó a narrar, a describir, a dialogar con la sabiduría y la sencillez que solo los grandes hombres pueden hacerlo. Y salió entonces el cuento que heredó como enseñanza de de dos diablos que después de una jornada de trabajo intercambiaron sobre lo hecho ese día.
Uno se mostró cansado por la cantidad de personas que tuvo que volver a meter con su tridente en la olla caliente (el infierno) bajo su custodia porque querían salir y desde adentro todos ayudaban a hacerlo. El otro, por el contrario, se quejó de que apenas tuvo labor ese día porque le tocó vigilar una olla caliente de periodistas en la que cuando alguno quería salvarse o escapar, desde adentro otro lo hundía para que no se fuera.
Hasta ahí el cuento. La moraleja vino después. “Pero yo pude escaparme porque mucha gente me salvó, me ayudó, aunque siempre hubo, los menos, que intentaban hundirme. Y el periodismo no debe perder nunca eso, las ganas y el deseo de salvar al otro, de enseñar, de compartir, de aprender, sin que ningún diablo ni olla caliente nos vigile o nos queme”.
Confieso que no lo interrumpí en ese momento por educación. Debí hacerlo para decirles al resto de los colegas en ese mismo instante, sin que mediaran más minutos, que yo soy uno de los que también Elio ayudó a salir de la olla, cuando por vez primera me enfrenté a cubrir una Vuelta a Cuba y toda su sabiduría, experiencia, datos, anécdotas, amores, pasiones, documentos, reportajes, todos sus sueños sobre el ciclismo, el periodismo de más de 30 años, decidió compartirlo en tardes interminables desde un buró arrinconado en la gran sala de redacción de Juventud Rebelde.
Pero hubiera podido interrumpirlo para recordarle que salir de la olla fue también lo que hizo con su sello peculiar para inmortalizar y prestarnos a muchos de sus colegas sus crónicas y reportajes sobre los rostros humanos del “Búfalo Arencibia”, la Locomotora Vázquez” o el “gran Teo”, capaz de noquear a quien dañara la profesionalidad de uno de los periodistas más conocedores del boxeo cubano y mundial.
La tarde se sumó entonces a la complicidad total. Afuera llovía y el fresco de la brisa parecía darle más cadencia al verbo libre y fuerte de Elio. Siempre lo ha tenido, aunque nunca lo usó para defender que debió ir a unos Juegos Olímpicos, su obra inconclusa e incomprensible; para aplastar a un joven que después de beber sus conocimientos sufría de altanería; o para exigir tiempo a la literatura, pues miles de libros quedan aún en su memoria por escribir, y tal vez nunca se escriban y perdamos todos.
No son estas líneas dictadas por un compromiso. Sí lo son de agradecimiento, felicidad y reconocimiento a un periodista que supo combinar humor, historia, deporte, Revolución y cubanía desde ese andar por la vida reporteril sin misterios ni falsedades.
A quienes no quisieron que Elio saliera de la olla recibieron y reciben hoy la huella íntegra de un periodista, que lejos del rencor o el dolor, creció para contar historias, conversar y darnos una lección de ética con su ejemplo.
Gracias, profe.
Acerca del autor
Máster en Ciencias de la Comunicación. Director del Periódico Trabajadores desde el 1 de julio del 2024. Editor-jefe de la Redacción Deportiva desde 2007. Ha participado en coberturas periodísticas de Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, Juegos Olímpicos, Copa Intercontinental de Béisbol, Clásico Mundial de Béisbol, Campeonatos Mundiales de Judo, entre otras. Profesor del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana, Cuba.