Por Pedro Pablo Chaviano, estudiante de Periodismo
Nadie en su sano juicio se imaginó las cuatro victorias consecutivas de los granmenses en la final sobre un Ciego de Ávila que pareció inmenso durante toda la temporada, o el triunfo en semifinal contra los nuevos recordistas de la pelota cubana, Matanzas.
Sin embargo, sucedió, y además ¡de qué manera! La afición de los alazanes merece festejar durante mucho tiempo este suceso inédito en la historia de nuestras Series Nacionales.
En ningún momento de la post-temporada los granmenses fueron vistos como favoritos ante sus contrincantes, pero a base de buen juego y de una táctica inteligente e impresionante, vencieron a dos rivales que se encontraban en la mejor forma posible.
En los nuevos campeones, el bateo y el picheo funcionaron a la perfección, en tanto la defensa, entre refuerzos y jugadores de la misma provincia, logró ser una de las mejores del país.
En la receptoría, un colosal Frank Camilo acertó con excelencia el manejo de los lanzadores y evitó más de un robo de base con precisos tiros a la intermedia. En segunda y tercera base, el dúo holguinero de Yunior Paumier y Yordan Manduley, parecieron imbatibles, así como Carlos Benítez y Guillermo Avilés, quienes no deslucieron en ningún momento.
Esa fue una de las grandes diferencias entre el Granma de temporadas anteriores que ganaba sus partidos a puros batazos y el flamante monarca de la 56 Serie Nacional.
También es obligatorio destacar lo que significó Carlos Martí y su cuerpo técnico para la victoria. El equipo se vio sin presión y los peloteros respiraban confianza. Para el segundo juego le preguntaron en la conferencia de prensa ¿Por qué no utilizar a Lázaro Blanco si estaba disponible? Respondió que todavía no se habían cumplido sus días de descanso, y que Entenza era un lanzador de puntería, por lo cual no había razón para cambiarlo. Definitivamente no se equivocó, porque se arriesgaba a una mala actuación de Blanco, pero más importante aún, le restaba importancia al papel de Entenza, un lanzador que es todo corazón, y para el cual la confianza es imprescindible, de ahí sus tres victorias en la postemporada.
Otro momento decisivo en la final fue el primer juego, cuando los avileños en el tercer inning, les marcaron tres carreras al tunero devenido granmense Yoelkys Cruz. Con total paciencia, Martí lo mantuvo en el montículo y a partir de ese inning los tigres no pudieron hacer más carreras.
Los alazanes, al contrario de sus rivales, batearon con hombres en base, dieron el hit cuando fue necesario y aprovecharon cada error al máximo. Guillermo Avilés sorprendió a todos mostrando la mejor cara ofensiva de su carrera deportiva y desde sus dos jonrones en el sexto juego contra Matanzas no paró de batear hasta terminar como líder de impulsadas de los play off con 13. Igualmente sucedió con “el más decisivo de todos”, Carlos Benítez, quien fue todo un baluarte dentro del equipo.
Se vio una final de otro nivel, en la que un error podía costar el partido. Se jugó con el alma. Fue notable el compromiso de los peloteros sobre el terreno, algo que actualmente adolece el béisbol cubano actual. Si cada uno de los 90 partidos de la serie nacional se jugara con la misma intensidad de los play-off, los resultados internacionales de nuestra selección serían superiores.
Además, debido a los refuerzos, la calidad estuvo muy concentrada y no hubo un día que los bateadores enfrentaran a un mal lanzador, pues los cuerpos de pitcheo de todos los elencos estaban muy consolidados, sin fisuras, a diferencia de la temporada regular, en la cual esta situación es desastrosa. ¿A la serie le sobran equipos o faltan buenos peloteros?
A pesar del éxito que constituyó la final, se impone la necesidad de realizar cambios que optimicen la estructura de la campaña, pues el sistema de dos etapas posee algunas incongruencias, pues no solo deja a la mitad de los equipos fuera de la serie durante medio año, sino también hace la primera parte relativamente fácil, pues pocos conjuntos cuentan con una nómina capaz de mostrar un buen béisbol.