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Habanos

El aroma es inconfundible. La tie­rra pinareña, una cuna especial e incomparable. En las atenciones culturales a las plantaciones se decide la calidad. Las fábricas, el arte manual y hasta el lector de tabaquería completan la fae­na. Los habanos cubanos están de fiesta esta semana en la XXV edición de su Festival. Y de ahí la certeza de la frase: Tiempo de Vegueros.

Foto: Joaquín Hernández Mena

El tabaco para nosotros es más que un cultivo. Ha tropezado con ciclones, con vegas caídas, con plagas intencionadas y ni aun así han podido arrancarlo de esta tierra. Productores privados, cooperativos y empresas estata­les tienen, desde hace mucho, el ejemplo más vivo de un encade­namiento productivo.

Cuando muchos rubros ex­portables naufragan por vien­tos turbulentos, nada impide que los habanos salgan a con­quistar el mercado y oxige­nen las arcas de la nación. Y en la historia de este Festival no son pocos los millones de dólares donados para la salud pública en la subasta benéfi­ca de humidores, una expre­sión agradecida y singular que devuelve vidas en hospitales a niños, jóvenes y adultos. No existe antecedente de otro certamen en el mundo que desprenda del humo de un ta­baco tanta esperanza.

Las marcas icónicas Cohíba, H. Upmann y Romeo y Julieta aca­pararán los homenajes esta vez, pero no son las únicas. Semina­rios, demostraciones, coleccio­nes, visitas y muchas ideas ya suenan a Festival del Habano. Nadie quiere perdérselo, incluso quienes jamás se han llevado uno a la boca, pero sienten que esa labor centenaria y ese producto son tradiciones de un país para siempre.

Y a la historia que le toque juzgar con hechos. El tabaco cubano, el habano más busca­do, el Festival más esperado de este producto, vuelve a ser un éxito. Se huele, se siente el aroma.

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