El aroma es inconfundible. La tierra pinareña, una cuna especial e incomparable. En las atenciones culturales a las plantaciones se decide la calidad. Las fábricas, el arte manual y hasta el lector de tabaquería completan la faena. Los habanos cubanos están de fiesta esta semana en la XXV edición de su Festival. Y de ahí la certeza de la frase: Tiempo de Vegueros.

El tabaco para nosotros es más que un cultivo. Ha tropezado con ciclones, con vegas caídas, con plagas intencionadas y ni aun así han podido arrancarlo de esta tierra. Productores privados, cooperativos y empresas estatales tienen, desde hace mucho, el ejemplo más vivo de un encadenamiento productivo.
Cuando muchos rubros exportables naufragan por vientos turbulentos, nada impide que los habanos salgan a conquistar el mercado y oxigenen las arcas de la nación. Y en la historia de este Festival no son pocos los millones de dólares donados para la salud pública en la subasta benéfica de humidores, una expresión agradecida y singular que devuelve vidas en hospitales a niños, jóvenes y adultos. No existe antecedente de otro certamen en el mundo que desprenda del humo de un tabaco tanta esperanza.
Las marcas icónicas Cohíba, H. Upmann y Romeo y Julieta acapararán los homenajes esta vez, pero no son las únicas. Seminarios, demostraciones, colecciones, visitas y muchas ideas ya suenan a Festival del Habano. Nadie quiere perdérselo, incluso quienes jamás se han llevado uno a la boca, pero sienten que esa labor centenaria y ese producto son tradiciones de un país para siempre.
Y a la historia que le toque juzgar con hechos. El tabaco cubano, el habano más buscado, el Festival más esperado de este producto, vuelve a ser un éxito. Se huele, se siente el aroma.