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Eduardo, Eduardito o el hijo de Hilda (+video)

Con Eduardo Sosa tuve apenas dos momentos para conocerlo más allá del trovador admirado por su voz, su melodía y esas canciones regaladas a la gente, tal y como se lo pidió siempre su abuela. Por eso la noticia de que no pudo vencer la traición que le hizo su salud conmocionó no solo a la cultura, sino a quienes al menos una vez lo habían visto cantar y cantar, trovar y trovar, cubanear y cubanear.

 

 

La vez que llegó a la UPEC Nacional para formar parte del proyecto Catalejo solo pidió ir al local donde iba a actuar. La acústica del mismo era tan exacta que pidió le quitaran el micrófono porque su voz de trueno bastaba. A guitarra limpia nos regaló tres canciones y quedamos colgados para una nueva presentación, que desgraciadamente esta partida imprevista borró de cualquier otra oportunidad.

La segunda vez que pude dialogar más con él fue como guionista de un programa de Televisión (75 grados oeste) que transmite Cubavisión Internacional. Investigué y bebí cuantas entrevistas, historias o declaraciones había dado hasta ese momento el niño nacido en el Jobo y criado en Tumba Siete, a quien todos conocían y llamaban de tres maneras: Eduardo, Eduardito o el Hijo de Hilda.

En ese programa () lo vi llorar al hablar de su abuela, una referencia en su vida y en su conducta como ser humano; lo volví a poner en un altar sagrado cuando escuché su versión musical a los Versos sencillos XLVI de José Martí; y como si fuera poco salió a relucir el más campechano, dicharachero, jodedor y auténtico cubano, con chistes, anécdotas, risas y más regalos de su vida infantil y juvenil en las lomas del Segundo Frente Oriental.

 

 

Siempre he tenido la convicción de que lo más imperecedero de cualquier obra humana transita por hablar en presente y nunca en pasado; por sentir la voz y el pensamiento, nunca la adoración ciega o perfecta que esa persona jamás fue. Eduardo Sosa ya reposa en su tierra tras el acelerón traicionero que la vida le puso a los 52 años. A muchos nos seguirá gustando ese Compay que tan sanamente inmortalizó. Y eso será suficiente para no despedirlo jamás.

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