José Martí, el cubano que unió a sus compatriotas en el exilio y organizó la guerra necesaria, padeció múltiples dolencias. De pequeño sufrió una caída que le ocasionó una herida en la barbilla y otra en el segundo dedo de la mano izquierda, así lo refleja la hoja histórico-penal, escrita el 4 de abril de 1870, al ser trasladado al Presidio Departamental. El joven de 17 años, acusado de infidente, fue ubicado con el número 113 en la Primera Brigada de Blancos.
Durante su primer destierro a España el joven José Julián comenzó a presentar fiebres y dificultades respiratorias, el cubano Carlos Sauvalle se ocupó de los gastos por la atención médica y es entonces que los doctores Hilario Candela, cubano, y Juan Ramón Gómez Pamo, español, le diagnostican sarcoidosis, enfermedad sistémica que afecta múltiples órganos y sistemas del organismo. Asimismo, en tierras ibéricas fue operado tres veces de un tumor del testículo que resultó ser un sarcocele. Por tratarse de un tumor quístico las intervenciones quirúrgicas que le realizaron en Madrid eran punciones del quiste para extraer líquido lo cual mejoraba su salud.
Ya en tierras aztecas el tumor del testículo vuelve a darle síntomas y es entonces que el médico mexicano doctor Francisco Montes de Oca le realiza la cuarta operación. El ilustre galeno, que ya tenía una importante trayectoria quirúrgica que se inició en la Guerra de Reforma en 1859, había descrito una técnica quirúrgica; además, contaba en su hoja de servicio su nombramiento como médico personal de Benito Juárez, le realizó la excéresis total del testículo. Muchos años después, tras la caída en combate del Apóstol, en la autopsia realizada en la tarde del 23 de mayo de 1895 por el doctor Pablo Aureliano de Valencia y Forns se hizo evidente la ausencia del testículo.
El 22 de enero de 1877, en La Habana, lo consultó el doctor Juan Santos Fernández Hernández, quien diagnosticó flictena conjuntival en el ojo derecho, se trata de una afección que se presenta en la conjuntiva bulbar –que es una membrana del globo ocular– y puede aparecer en enfermedades como la sarcoidosis.
Durante los 15 años que permaneció en los Estados Unidos la sarcoidosis lo afectó con frecuencia. En los primeros días de agosto de 1890 por el mal estado de salud de sus pulmones los médicos le indican ir a las montañas de Catskills, a respirar aire puro. Cumple la prescripción facultativa y se instala en una casa de descanso propiedad de Carmita Miyares. Desde allí Martí envía correspondencia a Juan Bonilla donde le dice «los pulmones se me quejan y el corazón salta más de lo que debe». Aprovecha y escribe la mayor parte de los poemas que aparecen en su libro Versos sencillos, el cual tiene un exergo que revela: «Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos».
En diciembre de 1891,padeció broncolaringitis aguda–inflamación de las mucosas de la laringe y los bronquios– viéndose obligado a guardar cama por siete días. Es asistido por el doctor Eligio María Palma Fúster. De este galeno, diría el Apóstol que era «el médico del aliento y del cariño».
El 16 de diciembre de 1892, en Tampa, fue objeto de un intento de envenenamiento. Lo atiende el doctor Miguel Barbarrosa Márquez, quien le dice que por los trastornos digestivos debe ingresar de inmediato, Martí prefiere quedarse en casa del matrimonio de Paulina y Ruperto Pedroso, allí recibe el cuidado del matrimonio pinareño que lo obligaron a no comer nada que no estuviera preparado por sus manos. En esa casa lo visitan con frecuencia sus amigos tabaqueros quienes le profesan mucho cariño. Mejora los síntomas digestivos, y Martí, que resta importancia a lo sucedido, le dice al doctor Barbarrosa: «Doctor de esto amigo mío […] ni una palabra a nadie».
Al desembarcar en Cuba por Playitas, al pie de Cajobabo, tenía ampollas en las manos. No acostumbrado a tareas de esfuerzo físico el remo le provocó esas lesiones. Así Martí lo contó en misiva a Carmen Miyares y sus hijos: «En Cuba les escribo, a la sombra de un rancho de yaguas. Ya me secan las ampollas del remo con que halé a tierra el bote que nos trajo».
Martí nunca flaqueó ante sus enfermedades. Cuando sus amigos, aquellos trabajadores tabaqueros que tanto lo admiraban, le escribían cartas preguntándole por su salud, siempre daba respuestas animosas porque continuaba como él mismo escribió: «resucitando a trechos, para cumplir con los deberes grandes, porque no hay enfermedad que me detenga».