El Medio Oriente es conocido como cuna de la civilización. Allí se desarrollaron culturas antiguas que legaron aportes trascendentes a la humanidad en ámbitos como el comercio, la gastronomía, la escritura, la arquitectura, las matemáticas y más. La región fue bendecida también por recursos naturales valiosos, como el petróleo y el gas natural, patrimonio que despertó apetencias imperiales.
La extensa zona que fue hogar y puente cultural de un mosaico de pueblos, se ha convertido en patíbulo y cementerio para algunos, sobre todo después de la segunda mitad del siglo XX, tras la creación del Estado de Israel (1948), que optó por hacer la guerra a los palestinos y fomentar discordias entre árabes, turcos, persas…, así como naturalizar la violencia contra y entre ellos, a favor de los intereses de Occidente.
Hay que recordar que los pueblos de la región no transitaron de manera natural hacia la creación de Estados nación, más bien fueron arrastrados al proceso por las potencias expansionistas de entonces (Inglaterra y Francia), que aprovecharon la descomposición del imperio turco-otomano para imponer vergonzantes protectorados e inducir procesos sociopolíticos que irrespetaron las peculiaridades tribales y religiosas del área, a la vez que sentenciaban los sueños integracionistas panárabes: el saudí, que incluía a toda la península arábica; y el de la Gran Siria, que abarcaba la actual Siria, Jordania, Israel, Líbano y parte de Irak.
La violencia, solapada o directa, con que se dibujaron las fronteras en el Medio Oriente es, en gran medida, responsable de esa pulseada permanente que existe entre algunos de los pueblos de la región. Sus diferencias económicas, sectarias o religiosas fueron ocasionalmente acalladas o relegadas, pero no resueltas. Tales rencores han germinado en forma de guerras internas y obstaculizan la unidad del mundo árabe.
Siria entre guerras
La población civil de esta región ha sido directamente afectada en los últimos años por acciones militares. Las principales víctimas han estado en Irak, Libia, Líbano, Siria y Yemen. A ellos se suman los más de 45 mil palestinos asesinados por Israel en 15 meses de una guerra asimétrica que aún no termina.
Tras la reciente caída de Bashar Al-Assad, el 2025 podría tener a Siria como protagonista de la tragedia. Su Gobierno sobrevivió a la Primavera Árabe (2010), pero sucumbió a una guerra iniciada en el 2013, que ha dejado pueblos arrasados, más de medio millón de muertos y decenas de millones de refugiados.
De acuerdo con el Banco Mundial, el PIB de la nación árabe cayó un 54 % entre el 2010 y el 2021. La producción de petróleo, por ejemplo, era de 383 mil barriles diarios en el 2010. En el 2023 bajó a unos 90 mil. El decrecimiento se explica, en parte, por los daños a la infraestructura ocasionados por fenómenos naturales y la guerra, aunque el perjuicio mayor estuvo en la pérdida del control de los principales pozos, ahora en manos de Estados Unidos y Turquía.
Al desgaste gubernamental se sumó la compleja situación mundial, en la que los más importantes aliados militares de Al-Assad se han visto obligados a librar sus propias guerras: Rusia, en Ucrania contra la Otan; e Irán, contra Israel, Estados Unidos y varias potencias europeas.
En el conflicto en Siria participan tantos y tan dísimiles actores que algunos analistas han previsto la posibilidad de que el país entre en un ciclo de violencia interna similar a lo sucedido en Irak tras el derrocamiento de Saddam Hussein.
El pasado 27 de noviembre, cuando se anunció el alto el fuego entre Israel y Hezbolá (no efectivo totalmente aún), las fuerzas contrarias a Bashar Al-Assad lanzaron una operación militar que en apenas tres días conquistó Alepo, la segunda ciudad más importante del país. Una semana más tarde habían llegado a Damasco, la capital, sin apenas combatir.
Participaron agrupaciones insurgentes diversas entre las que destacan el Ejército Nacional Sirio (SNA), que cuenta con el apoyo de Turquía; y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), respaldadas por EE. UU. e integradas, mayormente, por kurdos. Las FDS controlan casi toda la producción petrolera siria y defienden el proyecto (prácticamente imposible) de crear un estado independiente (Kurdistán) en tierras que hoy forman parte de Turquía, Siria, Irak e Irán.
El actual líder del que han llamado Gobierno de Salvación Nacional de Siria, Ahmed Husein al Shara (conocido durante la guerra como Abu Mohamed al-Golani), encabezó un tercer grupo armado disidente: Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Vale aclarar que a pesar de la imagen civilizada con que se presenta ante el mundo hoy, al-Golani fue miembro activo de agrupaciones terroristas como Al Qaeda, el Frente Al-Nusra y el Estado Islámico.
Las SNA, FDS y HTS han combatido entre sí durante años, pero el nuevo Gobierno las integró en el Ministerio de Defensa recién fundado, el mismo que ha concedido altos grados militares a varias decenas de extranjeros.
¿Conseguirán convivir en paz? ¿Podrán preservar la integridad nacional y enfrentar al llamado Estado Islámico (Daesh), ente que ha sido debilitado, pero sigue vivo? ¿Permanecerá Siria como uno de los Estados de mayor laicidad del Medio Oriente? Las respuestas a esas preguntas están por verse.
Alturas de la discordia
La decisión del ejército sirio de retirarse sin combatir permitió a Israel ampliar los territorios que ocupaba en los Altos del Golán, enclave estratégico de mil 800 kilómetros cuadrados que destaca por sus reservas de agua potable, allí donde tanto escasea, y por sus tierras fértiles.
Desde esas montañas se controla parte de las fronteras de Siria con Israel, Jordania y Líbano. Allí existía un área desmilitarizada que, tras la salida de Al-Assad, fue ocupada de manera inmediata por fuerzas israelíes, las cuales continuaron avanzando hacia territorio sirio destruyendo arsenales y puestos militares.
En diciembre el ejército israelí llegó incluso al monte Hermón, uno de los puntos ciegos de la estrategia militar israelí. Expertos han declarado que, si consiguen instalar radares en esa cima, Israel ampliaría su control sobre el área, incluido el valle de la Becá, en Líbano, y el sur de Siria.
EE.UU. y el nuevo mapa del Medio Oriente
El politólogo venezolano Sergio Rodríguez Gelfenstein ha dicho que Washington continuará su labor de elaborar un nuevo mapa del Medio Oriente, “objetivo trazado durante el Gobierno de George W. Bush, elaborado siniestramente por Condoleezza Rice y sostenido auspiciosamente tanto por gobiernos republicanos como por demócratas por casi 25 años.
“Se trata de que no existan Estados nación, sino territorios sectarios, débiles y en lucha permanente con sus vecinos. Eso se está realizando a través de lo que Samuel Huntington llamó guerra de civilizaciones. Lo logró en Libia, también en Irak y ahora en Siria, en Líbano existe desde hace 50 años”.
Según el experto, el objetivo final es “crear un Estado kurdo que opere como un nuevo Israel en la región”, con la diferencia de que estará asentado en un territorio rico en petróleo. De hecho, la ocupación de los pozos petroleros sirios, garantiza un abastecimiento seguro de energía a Tel Aviv.
El derrocamiento de Al-Assad hace factible el “proyecto del gasoducto de Catar a través de Arabia Saudita y Siria hasta Turquía y de ahí a Europa, creando una importante alternativa para el abastecimiento del Viejo Continente que ya no necesitará que su energía transite por vía marítima desde el golfo a través del mar Rojo y el canal de Suez hacia el mar Mediterráneo. Así mismo, este gasoducto es una opción para no seguir dependiendo del gas de Rusia”.
Precisamente Rusia, además de Turquía, integran el grupo de países que de alguna manera han participado de la guerra en Siria, ya sea a través de una presencia militar directa, suministrando armas y pertrechos, o financiándolos.
Estos actores complejizan la solución para un área que sufre no un conflicto, sino madeja de ellos, algunos milenarios. Allí operan intereses que, no obstante su afán, no han conseguido desdibujar la entereza de los pueblos nativos de la región.
Lo que pasó en Siria el día 8 de diciembre nadie lo esperaba aquí. Algunos lo consideran pesadilla y otros un sueño (…) Bashar Al-Assad quedó, hasta para aquellos que eran muy leales a él, como traidor y cobarde. La bandera nueva de Siria es la de la independencia y no de los terroristas, como algunos creen. Fue la bandera nacional desde 1935 a 1958.
Lo que más necesita Siria ahora es unidad nacional, tolerancia y amor, porque las heridas sociales son muy profundas y las prácticas irresponsables desde 2011 hasta este mismo momento hacen más profundas estas cicatrices en momentos en que la paz civil se ha convertido en una necesidad.
Mi misión como periodista es la de siempre: informar sobre la realidad, nos guste o no (…). Me mantengo armado con el humanismo y los valores que me enseñó mi amada y querida Cuba, mi segunda patria. Siria hoy necesita paz, paz y paz, unidad, unidad y unidad.
Fragmentos de un post de Facebook publicado el 27/12/2024 por Fady Marouf, periodista sirio, corresponsal de Prensa Latina en Damasco.