Como un energizante que nos pone en movimiento llega la vida cotidiana, ese cúmulo de actividades que acostumbramos a ejercitar de manera común, con sistematicidad y las convertimos en rutina.
Con ellas satisfacemos o tratamos de satisfacer necesidades sicológicas, materiales y espirituales de modo específico según el interés individual y estilo de vida de cada quien.
Si echamos una breve mirada a lo que transcurre en una ciudad, pueblo, barrio u otros espacios públicos, hallamos a simple vista las más disímiles aristas de la vida cotidiana que serían innumerables para incluir en pocas líneas.
En ese entorno urbano tenemos el ir y venir de transeúntes por avenidas, calles y plazas. Algunos van hacia su centro laboral o de estudio mientras otros se encaminan a gestiones y asuntos muy personales; hay quienes ofertan productos como trabajadores por cuenta propia y no faltan aquellos que optan por darse “una vuelta” para ir de compras en la medida que le permita su economía personal.
Cabe incluir, a su vez, a los que aprovechan el momento y optan por tomar un paseo como esparcimiento e incursionar por donde hace mucho tiempo no pasan o “descubren” una nueva opción.
En resumen, todo eso y mucho más es tan solo una parte del día-día de lo que usualmente llamamos vida cotidiana.