Hacía más de un año que no lo veía por el barrio y solo una que otra vez coincidíamos en casa de un amigo común para hablar de judo, del deporte cubano y de «las descargas buenas que metes los sábados por Radio Rebelde». Así me decía Joseíto (José Gastón Ibañez Gómez), quien este 16 de diciembre falleció a los 73 años en su casa del Canal del Cerro, en La Habana.
A este hombre sencillo y natural, con muchos dicharachos y una sonrisa a flor de piel siempre, el judo le cambió la vida. Jugaba «baloncesto de guerrilla» cuando en 1967 al entrenador coreano Hang Chan Hinle le impresionó su explosividad y su estatura. Comenzó directo a entrenar en el equipo nacional y siete meses de los Juegos Centroamericanos de Panamá 1970 se fue a Corea junto a Chan para regresar con la maestría necesaria de los campeones.
Joseíto (así le decíamos todos sus amigos, alumnos y familiares) no solo ganó oro en la cita regional panameña, sino que lo hizo dos veces más (1974 y 1978), sino que en México 1975 se convirtió en el primer monarca del judo cubano en Juegos Panamericanos con el título en la división Abierta tras haber terminado segundo en la división de 93 kilogramos.
No pudo asistir a ningún campeonato mundial y en dos Juegos Olímpicos (1972 y 1976) cruzó en el organigrama con los mejores de su categoría por lo que quedó lejos del podio. Sin embargo, nada es más grande en su carrera deportiva que la sencillez con que asumió cada triunfo, así como los conocimientos que luego compartió con las nuevas generaciones. Primero con los niños de Centro Habana y el Cerro y luego con los mejores alumnos del judo nacional: Manolo Poulot, Yordanis Arencibia, Asley González, tras ser promovido a entrenador del equipo nacional en 1997.
Pero de todas las anécdotas que le escuché contar cientos de veces a Joseíto, de esa humildad a flor de piel ante otros que se creían más científicos, pero no le llegaban a su piel en cuanto a resultados, me quedo con una que pudiera servir de despedida para uno de los imprescindibles de esta disciplina en Cuba y América.
Diez años después del oro centrocaribeño, volvió a Corea y su entrenador Chan estaba muy enfermo. Ya lo sabía antes y quiso regalarle algo que «le pertenecía por haber confiado en mi desde niño». Joseíto le regaló la medalla dorada de Panamá y le contó años más tarde el hijo del coreano que su padre la pidió para que la acompañara en su tumba.
Este ippón del 16 de diciembre es el menos deseado de todos los que nos regaló sobre un tatami. Joseíto nos deja físicamente y este deporte pierde a una de sus figuras más emblemáticas y queridas en Cuba. Su vozarrón parece estar diciendo ahora mismo: «no quiero llanto, sigan amando al judo, el mejor deporte del mundo».