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AL PAN, PAN: Cine, aquí y ahora

La edición 45 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, que concluyó este domingo, de­safió una compleja situación económica para apostar por la continuidad del em­peño de los fundadores. Realizar el en­cuentro en estas circunstancias no fue simplemente un acto de perseverancia, sino un compromiso con el público y los realizadores. En un panorama en el que el consumo audiovisual está profundamen­te marcado por el impacto de las nuevas tecnologías y las plataformas digitales, el Festival se reivindica como un espacio de comunión que genera diálogos, cuestiona realidades y aboga por la plena inclusión.

Por supuesto que los tiempos han cambiado, y con ellos, las dinámicas de acceso y consumo del audiovisual. Re­godearse en añoranzas de las grandes convocatorias de hace años resulta in­cluso un poco ingenuo. Sin embargo, el evento defiende todavía la experiencia colectiva de la sala oscura como ritual insustituible. En lugar de ceder a las tendencias comerciales que priorizan algoritmos sobre el contenido, la cita apuesta por el cine como una herra­mienta de resistencia y descoloniza­ción. El arte cinematográfico más rai­gal, lejos de ser neutral, lleva implícita una carga transformadora que interpe­la a las sociedades. Ese espíritu es el que tiene que preservar.

Circunscribir el aporte de la cita al simple espíritu festivo sería reduccionis­ta. El Festival tiene que ser una platafor­ma para reflexionar sobre la contempora­neidad, cuestionar las realidades y deba­tir sobre los caminos que enlazan al arte y la sociedad. La diversidad de voces que convoca permite abordar temas urgentes de la región y del mundo, fomentando una visión crítica y comprometida.

En este contexto, es imprescindible seguir defendiendo el cine como un es­pacio alternativo a las lógicas de mer­cado que uniforman los discursos. La labor del certamen trasciende el mero muestrario estético para consolidarse como un acto de resistencia cultural, un terreno en el que el cine latinoame­ricano puede reafirmarse como arte emancipador, profundamente vinculado con las raíces y con la lucha por un pen­samiento propio y descolonizador. Eso puede y debe distinguir la convocatoria del séptimo arte.

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